«Precipitar el diagnóstico buscando la causa del dolor condena al paciente a la desesperanza»/ «Frente al dolor, la incertidumbre se transforma en un miedo generalizado»/ «Lamentablemente, cuando los profesionales no sabemos explicar algo, construimos explicaciones que descalifican a la persona»/ «El dolor siempre es real pero lleva a error, el hombro también duele por causas emocionales».
Más información: Nacho Roura, neuropsicólogo: «Dos semanas de privación de redes bastan para aumentar la atención y el nivel de bienestar» «Precipitar el diagnóstico buscando la causa del dolor condena al paciente a la desesperanza»/ «Frente al dolor, la incertidumbre se transforma en un miedo generalizado»/ «Lamentablemente, cuando los profesionales no sabemos explicar algo, construimos explicaciones que descalifican a la persona»/ «El dolor siempre es real pero lleva a error, el hombro también duele por causas emocionales».
Más información: Nacho Roura, neuropsicólogo: «Dos semanas de privación de redes bastan para aumentar la atención y el nivel de bienestar»
Imaginemos que la alarma de nuestro hogar nos despierta de noche, pero cuando acudimos al monitor, no vemos a nadie. Lo mismo vuelve a ocurrir la noche siguiente, una tras otra, sin hallar explicación. ¿Realmente nos intentan allanar? ¿No será un fallo del sistema? ¿O los gatos del vecindario? ¿Y cómo podemos vivir así? Arturo Goicoechea Uriarte, neurólogo y divulgador, compara el dolor sin diagnóstico claro con un sistema de vigilancia sobreexcitado y desacompasado con su entorno. Su último libro, Tu cuerpo habla, invita a encontrar una mayor sincronía comenzando por la encomienda clásica de conocerse a uno mismo.
¿Cuál es la prevalencia de los casos de dolor sin causa diagnosticada en España? En anteriores ocasiones se ha hablado de un 20%.
Es preocupante, porque el porcentaje va subiendo: se acerca al 25 e incluso al 30% según algunos trabajos. Y en el ámbito mayoritario de la medicina no aparecen ni las explicaciones ni las soluciones. Lo que está cambiando es la interpretación y el afrontamiento del dolor por parte de los fisioterapeutas, y en ámbitos como la medicina de Atención Primaria. También está cambiando el paradigma. Estamos acostumbrados a interpretar el dolor de un modo atribuido y nos fiamos de la apariencia: a mí me duele en el hombro, por lo tanto, tiene que haber algo en el hombro.
¿Por qué esa manera de interpretar el dolor sería un error?
El dolor es un aviso del organismo, por lo que lo primero consiste en descartar si realmente hay algo patológico en esa zona. Pero en muchos casos no aparece nada ahí, o peor, aparecen variaciones, imágenes, cosas que no tienen nada que ver. Entonces se tiende a buscar una causa, se encuentra por ejemplo una artrosis, y se zanja: «Bueno, pues por eso te duele.» Pero eso precipita el diagnóstico y condena al paciente a una situación de desesperanza. Si tengo este dolor y es una cuestión de cambios degenerativos, lo único que hará será empeorar. Y se cierra la salida. Nos preocupa la magnitud del problema, la ausencia de explicaciones y soluciones, y también un poco la falta de apertura de la medicina a asumir el cambio de paradigma.
¿En qué sentido debe cambiar el paradigma del abordaje del dolor?
Pues afortunadamente vamos conociendo algunas cosas sobre las neuronas. Básicamente, dos. La primera, que sabemos muy poco e ignoramos mucho de un sistema de una complejidad apabullante. Nos convendría reconocer esto, porque es mejor estar callado que construir teorías para solventar a la cuestión. Y lo segundo es que deberíamos respetar estrictamente lo poco que sí sabemos. Hemos aprendido que una cosa es la realidad física y otra la realidad percibida. Cuando escuchamos, hay físicamente vibraciones mecánicas generadas por la colisión de la materia en el exterior de mi organismo; internamente, el oído las reconstituye y mi conciencia las percibe como sonido. Es importante, porque no siempre la realidad percibida y la física son coherentes.
¿Cómo se traduce esto en el ámbito del dolor?
Si me duele el hombro, esa realidad percibida es real. El dolor es real siempre. Pero no siempre aparece una realidad de daño en la zona en la que se proyecta: un tejido destruido, inflamado, estresado por agentes químicos, mecánicos, térmicos… En definitiva, no hallamos elementos que nos pongan en peligro inmediato.
¿Hemos superado la idea de que cerebro y cuerpo son realidades semi-independientes? ¿El sistema nervioso nos conecta de forma indisociable?
Sí, yo creo que el dualismo debería desecharse a estas alturas. El cerebro no es un ‘zombi’, forma parte del organismo que a su vez está incluido en un entorno con el que interactúa. Pero la necesidad de estudiarlo hace que lo ‘troceemos’ profesionalmente. Investigamos por componentes, y ahora parece que todo está en el cerebro y sólo ahí. No, el organismo es un sistema complejo, y para nuestra especie hay que sumar factores como la cultura y el conocimiento adquirido. Ahí reside el problema en mi opinión: ese conocimiento es limitado. Deberíamos dejar que el organismo construya su propia interpretación interactuando con el entorno. Eso sería lo más fiable.

Arturo Goicoechea, neurólogo y divulgador sobre los síntomas sin explicación médica.
¿Uno de los grandes males del dolor crónico es que lleva a la persona a retraerse de sus hábitos de vida y sus relaciones sociales?
Lógicamente, cuando se intenta llevar una vida normal y aparece el dolor, lo intuitivo y razonable es cogerle miedo a realizar actividades, moverse, comer esto o lo otro… Y el miedo se vuelve generalizado porque hay una incertidumbre sobre lo que está pasando. ‘¿Si hago esto me duele, si no duermo me deja de doler?’. Y entonces recurre al profesional, que está en el mismo callejón sin salida. Esto genera una situación espantosa.
Sin embargo, han logrado intervenciones conductuales que permiten a los pacientes dejar la farmacología y, en sus palabras, volver a «tomarse unos vinos con los amigos».
Es a lo que nos referíamos cuando hablábamos de devolver al organismo la libertad para interpretar la realidad de su interacción con el entorno. Hacerlo de modo libre y ajustado a los mecanismos biológicos que tenemos todos los seres vivos para atribuir un valor positivo o negativo a todo lo que hacemos. Lamentablemente, cuando los profesionales no sabemos explicar algo, construimos explicaciones que descalifican a la persona. ‘Es por tu genética, tu estilo de vida, lo que comes’. En cierta manera se culpabiliza al individuo. ‘Tienes que dormir bien, no tienes que tener estrés, tienes que hacer deporte…’. Pero no todo el mundo es capaz de aceptar un régimen de vida saludable a corto o largo plazo, ni hacer todo lo que te dicen garantiza que uno recupere la normalidad. No es ningún certificado de libertad.
¿Cómo se puede romper entonces este círculo vicioso?
Yo creo que la fórmula está en explicar el proceso, como se explica la diabetes al paciente que la sufre. Los profesionales debemos aceptar ese cambio de paradigma que reconoce la importancia de la cultura, de la información vehiculada a través del lenguaje, que es una herramienta muy poderosa. El título del libro es Tu cuerpo habla, y en mi caso, ¡habla básicamente castellano! No se expresa solo de forma no verbal, sino que aprende continuamente a partir del lenguaje y va a generar a partir de ello una interpretación de la realidad. Vivimos en una especie de mundo virtual que no se ajusta con la realidad física interna ni externa. Y conocer esto devuelve ‘la inocencia perdida’ al paciente, la oportunidad de que el aprendizaje se vincule al ‘error sano’.
¿Se trata de sincronizar las percepciones que refleja nuestro cerebro sobre la realidad con los posibles conflictos sociales y culturales que pueden presentarse?
Sí, porque al final esta confusión viene del lenguaje. El dolor puede ser la expresión de procesos que no son físicos sino emocionales. Y eso facilita el error de atribución. Se detectan correlaciones estadísticas y se convierten en causas. «No he dormido bien y por eso me duele la cabeza». Bueno, haber dormido mal no es una amenaza para la integridad física en ese momento. No tendría que aparecer el dolor, que lo que indica es que el organismo está vigilando y protegiendo una zona. Imagínate vivir en una casa que tiene una atribución de amenaza continua e impide la vida normal. Eso es tremendo, ¿no?
¿Estamos sobremedicalizando el dolor? Hace referencia a los ansiolíticos, de los que España lidera el consumo en Europa.
Sí, evidentemente hay una medicalización de la vida. A veces está bien porque hay incidentes de daño que la medicina puede detectar y resolver con fármacos. Pero el problema ahora es que hay organismos sanos, gestionados por el sistema nervioso e incluso el sistema inmune, que van construyendo una atribución de amenaza que no es real. Nos están instruyendo en la incertidumbre continua. Eso hace que el sistema proteja de modo innecesario, excesivo. Y damos una explicación en la que todo vale, cualquier variable psicológica o física del individuo es susceptible de explicar por qué hay dolor.
Sabiendo que el dolor no es ‘culpa’ de quien lo padece: ¿Hay hábitos que nos ayudan a prevenir esta predisposición al malestar?
Lo primero que habría que hacer es unificar lo que los profesionales hemos segmentado. Estamos acostumbrados a diferenciar lo físico de lo psicológico. Cuando hay dolor, no es un problema solo de la percepción o de los sentidos. Incluye elementos cognitivos, de interpretación y de creencias. También elementos atencionales: el organismo se dedica a vigilarse a sí mismo en vez de promover la conducta del individuo libre con el entorno. Hay elementos de impacto emocional, la propia incertidumbre que conlleva todo esto, y luego hay hábitos motores conductuales. Finalmente, hay una atribución social fundamental. El dolor no es un problema que se resuelve únicamente con una molécula, un fármaco, ni con una terapia cognitivo-conductual como si fuera un problema psicológico del individuo al gestionarse a sí mismo, porque somos una especie social.
elespanol – Salud