«El gran problema es que tu mente te sabotea continuamente» / «Me hice muchísimo daño y tengo muchos recuerdos anulados» / «Apuntaba en una libreta los puentes donde podía dormir» / «Mi mente creyó que vender un riñón por 60.000 euros era una buena idea».
Más información: «Yo soy ludópata»: así es el infierno de un adicto a las apuestas con sólo 22 años «El gran problema es que tu mente te sabotea continuamente» / «Me hice muchísimo daño y tengo muchos recuerdos anulados» / «Apuntaba en una libreta los puentes donde podía dormir» / «Mi mente creyó que vender un riñón por 60.000 euros era una buena idea».
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«Empapando una camiseta y un pantalón de chándal que encerraban un alma que se encaminaba al anillo más profundo del infierno». Así describe el nutricionista Pablo Ojeda (Sevilla, 1982) el momento en el que dos agentes de la Policía Nacional se personaron en su casa para detenerlo. No les abrió y esperó a que se fueran para llamar urgentemente a Sonia, su mujer entonces, con quien fue a casa de sus padres para decirles que era ludópata. Hasta aquella confesión, que fue seguida de su ingreso en un centro de rehabilitación, habían pasado años de robos, mentiras y una rutina sumida en el salón de juegos.
Para poder acudir cada tarde al casino, Ojeda era capaz de todo: «Desbloqueé el móvil de mi padre, entré en la aplicación del banco e hice una transferencia de varios miles de euros a mi favor«, relata en su último libro, Cuando me alimenté del juego (Alienta Editorial, 2025). También robó joyas a su madre y puso una denuncia por robo con asalto en su casa (era él el que se había llevado todo los enseres para que le dieran 1.500 euros en una casa de empeños).
En poco tiempo llegó a acumular una deuda de 12.000 euros. «Siempre piensas ‘saco 60.000 euros, pago todo y lo dejo’«, dice el nutricionista en su entrevista con EL ESPAÑOL. Esta cantidad fue la que precisamente le ofreció por vender su riñón un joven que merodeaba cada tarde alrededor del casino (y al que Ojeda vendió su coche por unos 800 euros). A la primera le dijo que no. Pero a la segunda aceptó. Compró el billete para ir a Madrid. Sólo le salvó de aquella «locura» que la noche anterior a marcharse ganó 6.000 euros en una partida de póker.
De no ser por aquel «golpe de suerte», está seguro de que hubiera vendido su riñón porque «creía que era una buena idea». No sólo no lo hizo, sino que consiguió pedir ayuda, aunque no tan pronto como le hubiera gustado (al joven Pablo Ojeda que introdujo una primera moneda en ‘La tragamomias de Cleopatra’ «por aburrimiento» le diría que si se mete otra vez, pidiera ayuda antes).
Desde que saliera del centro de rehabilitación, hace ya unos años, no ha tenido ninguna recaída. No teme ni siquiera que pueda tenerla. Para ello sigue una rutina muy establecida, con horarios fijos y deporte a diario. También es consciente de sus debilidades: «Si trasnocho mucho, no hago deporte, bebo mucho alcohol, discuto o llevo dinero en efectivo, puedo recaer». Porque «el adicto lo es toda la vida«.
¿Por qué ha decidido hacer pública su adicción al juego ahora?
Me rondaba desde hace mucho tiempo por la cabeza. Cuando empecé la rehabilitación, hace ya muchos años, quería que esta historia se supiera. A nivel terapéutico, para mí era muy bueno seguir conectado a esto. Pero también es que me ayudaron muchas personas de manera totalmente desinteresada. Creo que tenía la oportunidad de contar mi historia, que la gente no sabía y me estaba viendo como una persona de ‘éxito’, para que muchas personas que están en la misma situación sepan que nos podemos caer, meter la pata, pero también podemos rehabilitarnos. No pasa nada por caerse.
¿Cree que a partir de ahora habrá quien deje de confiar en todo lo que diga?
Sí. Una de las cosas que he aprendido en estos años es asumir las consecuencias de mis acciones. Sé que hay muchas personas a las que hice daño y que tienen todo el derecho del mundo a no volver a hablarme nunca, a pensar lo que quieran de mí porque vivieron la realidad de un Pablo que no es el de ahora. Hay personas que te escriben en redes sociales diciendo que lo que dice es mentira, que vaya película y que soy un viciosa. Pues mira, que piensen lo que quieran. Al final, aunque suene un poco utópico, yo lo intento hacer lo mejor posible y lo que me importa es lo que piensen mi mujer, mis padres y mis hijas. Y al resto, si no les gusta, esto es lo que hay.

El nutricionista Pablo Ojeda llegó a acumular una deuda de 12.000 por su adicción al juego.
¿Cómo se pasa de pensar «de verdad se gasta la pasta en estas cosas [refiriéndose a las tragaperras]» a convertir en una rutina el acudir a un salón de juego?
Es muy psicológico. Los años de experiencia me dicen que no todo el mundo tiene la misma predisposición al juego. Creo que indudablemente hay algo genético, te llama más la atención aunque no se sabe por qué. En mi caso también se juntaron otros elementos: no tenía grandes aspiraciones de vida, vivía con mis padres, no tenía pareja, ganaba algo de dinerito, no pensaba en un futuro. En ese momento, tenía una vida un poco vacía.
La primera vez que entré en una sala de máquinas me tocaron 80 euros. No sé si eso fue un detonante. Pero sí que es cierto que te quedas con una sensación dulce, pensando «ostras, qué guay». Y como tienes esa sensación, otro día vas y lo vuelves a hacer. Al principio son pequeñas cantidades pero, poco a poco, ese estímulo necesita algo más de cantidad para ir manteniéndose. Y cuando no te das cuenta, han pasado sólo unos meses y ya estás enganchadísimo.
¿En qué momento empieza a sospechar que tiene un problema de adicción al juego?
En el momento en el que tengo que entregar el informe de las visitas para la empresa en la que trabajaba y lo falseo porque me quedaba jugando. Sabía, aunque no quería admitirlo, que tenía un problema. Ahí estaba ya jodido.
Pero desde que falseó esos informes hasta que entra en el centro de desintoxicación pasó mucho tiempo.
Sí, porque en la adicción tú siempre tienes una falsa adicción de control. El gran problema es que tu propia mente te va saboteando continuamente. Por eso es una enfermedad jodida, que está tipificada por la Organización Mundial de la Salud. Es jodida porque tu propia mente te está engañando. Es como una persona con anorexia que se mira al espejo y se ve gorda aunque pese 30 kilos.
¿Qué fue lo más duro?
Yo me hice muchísimo daño, tengo anulados muchísimos recuerdos. El daño de verdad son los cadáveres que vas dejando en medio porque no sólo engañas a tus padres. También a tus amigos, a tu pareja y a todo el mundo. Eso es jodido. Y visto con perspectiva, si hay algo de lo que me arrepiento quizás sea de haber hecho daño a personas que, en aquel momento, no era consciente de que se lo estaba haciendo.
En el libro cuenta que Sonia, la madre de sus dos hijas, le grabó cuando jugaba en un tobogán con la más mayor y usted le dijo algo así como «dime, por favor, que ese no soy yo».
Eso me hizo clic.
¿Sigue con el remordimiento de que la infancia de su hija Carmen pasó sin que se diera usted cuenta?
Es de los pocos temas que cuando me pongo a hablar de ello me vengo abajo. Pongo el ejemplo de que si alguien se concentra en observar un baile tras una pantalla, no verá al mono que cruza detrás. Esto es la adicción al juego. Yo estaba prestando atención al juego y lo que estaba pasando delante de mí no lo estaba viendo. No era consciente. Intento pensar en cuando mi hija tenía uno o dos años y me cuesta mucho recordarlo. Es una de las cosas que sí me duele.
¿Cuál fue la vía más desesperada a la que recurrió para «sacar dinero de donde fuera»?
Cuando mi mente creyó que era una buena idea vender un riñón por 60.000 euros. Lo pienso ahora… No sé qué hubiera pasado porque, al final, no me llegué a reunir con nadie. Pero lo que sí es real es que tenía un billete sacado para irme a Madrid para hablar con no sé quién de un tema que yo creía que me podía solucionar la papeleta. Ahora pienso «tío, en qué momento». Pero esta es una de las cosas que más me llama la atención, y es que no soy capaz de ponerme en el Pablo de antes. No lo comprendo. Eso fue jodido. Y también el abusar de la confianza de mi madre para quitarle algunas joyas.
De no haber ganado 6.000 euros en una partida de póker la noche anterior, ¿cree que hubiera ido a Madrid a vender su riñón?
Seguro. Es que yo iba para ir. Pero tuve, nunca mejor dicho, un golpe de suerte. Lo alarmante o lo triste es que me parecían buenas ideas. Tanto la del riñón como la de robarle el coche a mi padre para venderlo. Desde un punto de vista racional, era una locura. Pero cuando se está así, se hacen cosas como esta. Y eso es lo que me reafirma que era una enfermedad.
La Policía Nacional se personó en su casa para detenerlo porque, tras cambiar la titularidad del coche de su padre y empeñarlo, dejó de pagar el alquiler que le había fijado la empresa. No le abrió a los dos agentes y cuando se marcharon, fue a decirle a sus padres y a su pareja de entonces que era ludópata. De no ser por esta escena, ¿cree que se lo hubiera contado?
No. En aquella época era muy cobarde. Pensé que si lo contaba la bronca iba a ser menos bronca y así iba a tener otra oportunidad. Yo testifiqué y decía lo que me pasaba como una huida hacia delante. Pero cuando entré en el centro de rehabilitación, al escuchar el testimonio de las personas que había allí, me vi reflejado. Y ahí fue cuando empecé a identificarme como ludópata.
¿Cómo fue aquel momento en el que se lo contó?
A mis padres no los vi con cara de enfado, sino como pensando «en qué momento hemos fallado». Es una situación dura. Aun así, automáticamente me dijeron que me iban a ayudar, que no me preocupara. Tuve las dos sensaciones más diferentes de mi vida. Por un lado, una angustia absoluta cuando iba a contárselo. Pero es verdad que esa noche fue en la que mejor dormí en años porque me acaba de quitar la mochila más grande de mi vida y descansé.
¿No pensó en contárselo a sus padres antes de aquella confesión?
Sí, lo pensaba todos los días, pero no lo hacía nunca. Siempre piensas «saco 60.000 euros, pago todo y lo dejo». Pero claro, eso nunca pasaba. Y siempre ibas pensando en la siguiente, que nunca llegaba. El pensamiento de salir es lo que te hace seguir gastando más y más.
¿Llegó a pensar en «quitarse de en medio»?
Muchas veces. De intentar materializarlo, fueron dos o tres. Pero el pensamiento era constante. Iba con una libreta apuntando los puentes donde podía dormir, los sitios donde podía asearme y donde me daban comida gratis. No sólo de Sevilla, sino también de los alrededores. En mi mente estaba que en cualquier momento era un indigente. Me iba a la calle y lo tenía asumido. Es duro. Pero era muy cobarde y no llegaba a materializarlo.
¿Cómo hace ahora para no «relajarse» y volver a jugar?
El adicto lo es toda la vida. Lo único es que cuando te rehabilitas, que estadísticamente lo consiguen muy pocas personas, aprendes herramientas para no volver a caer. Identificas perfectamente tus debilidades Yo sé que si trasnocho mucho, no hago deporte, bebo mucho alcohol, discuto o llevo dinero en efectivo, puedo recaer.
¿Qué es lo que hago entonces? Tener unas rutinas muy establecidas: horarios fijos, deporte todos los días e intento mantener mi mente ocupada con proyectos. Así es como uno se rehabilita, y por eso es tan difícil, porque no tienes que cambiar solamente la sustancia, tienes que cambiar tu vida. Si no lo haces, vas a estar dos años sin jugar porque estás en el centro, pero en cuanto salgas, estás jodido.

Ojea ingresó en el centro de rehabilitación pesando 130 kilos.
Cedida
¿Cómo le ayudó la nutrición cuando entró en el centro de rehabilitación?
Cuando entré me di cuenta que muchos cogían mucho peso cuando dejaban de jugar. Porque la adicción sigue ahí todavía y estás buscando otra manera de meterle dopamina a tu cuerpo. A la vez que me rehabilitaba, empecé a estudiar nutrición y también fui perdiendo mucho peso. Cuando entré, pesaba 130 kilos; y al salir, 80.
¿No tuvo ninguna recaída una vez que ingresó en el centro de rehabilitación?
Nunca. Pero sí que he tenido muchos ingresos. Cuando estás sin jugar tres semanas, tu mente te dice «dame lo mío, la dopamina, eso con lo que me llevas 10 años alimentando». Las pulsaciones se te ponen a mil. Te entran ataques de ansiedad. Te pones agresivo. Tuve que ir varias veces al hospital a que me dieran tranquilizantes.
¿Ya no le teme a la recaída?
No. Sólo le tengo el respeto que se merece. Pero de miedo, nada. Te preparan mucho para saber cómo actuar ante una posible recaída. Y también es que, en mi caso, sigo trabajando mucho. Sigo yendo a terapia de mantenimiento y me saqué el título de monitor para poder darles charlas a estos chicos. Me gusta estar conectado con esto porque todo el mundo puede caer en cualquier momento por circunstancias determinadas de su vida. En mi terapia tenía jugadores de fútbol y empresarios importantes, y también personas muy humildes que habían vivido situaciones sociales muy complicadas.
¿Cree que los episodios de bulimia purgativa que vivió durante la adolescencia influyeron después en su adicción al juego?
Sí, estoy convencido de que están relacionados. Era muy impulsivo y mi voluntad a veces se veía anulada por mis acciones. Creo que esto lo tengo desde hace muchos años. En la juventud, se manifestó con el tema de la comida y cuando fui mayor, con el juego. Cuando salía, invitaba a todo el mundo. Tenía que ser el número uno. Esa impulsividad la traía de serie.
¿Se sigue obsesionando con ser el número uno en todo?
No, de hecho, es en lo que trabajo. Sí que soy competitivo, pero en cuanto hay algo que me acelera un poco el pulso, automáticamente me retiro para que no vaya a más. Por eso hago mucho deporte, medito todos los días, para mantener mis pulsaciones bajas y pensar con claridad.
¿Qué le diría al Pablo Ojeda que introdujo por primera vez una moneda en primera moneda en ‘La tragamomias de Cleopatra’?
No lo he pensado nunca. Le diría «no entres en el bar». También es verdad, y lo he pensado muchas veces, que probablemente toda esa experiencia sea la culpable de que yo esté aquí ahora. Quizás por esa perspectiva he aprendido que los problemas de ahora no son para tanto. Aun así, me arrepiento de muchas cosas y cambiaría muchas otras. También le diría a aquel Pablo que si se mete otra vez, que pidiera ayuda pronto.
¿No lo hizo antes por miedo a lo que podrían pensar de usted?
No, por cobardía. He visto muchos artistas que hablan abiertamente de sus adicciones, pero siempre es alcohol y drogas; el juego, no. Porque está todavía muy mal visto, es de viciosos. Y la gente se quita, a mí me dieron la espalda todo el mundo. Era un tema muy tabú.
¿Qué piensa al ver que hay futbolistas que publicitan el póker?
Si supieran el daño que hacen… Y ojo, no digo que no haya personas que no quieran echar a una maquinita o jugar una partida de póker, después se vayan a su casa y no pasa nada. Ellos no tienen un problema. El problema lo tenía yo, que empezaba a jugar y no sabía parar. Pero son personajes públicos, y los jóvenes, que tienen poco criterio y pocas herramientas emocionales para distinguir si es mejor o peor, los están viendo. Y si ven a una persona de mucho éxito, por qué no lo van a hacer ellos también. Es una lacra muy jodida. Cuando me fui del centro, estaban entrando chicos de 13 años que les robaban la tarjeta a los padres para gastarse el dinero en el Fornite.
¿Cree que a nivel político se está haciendo lo suficiente como para evitar que haya personas con problemas de adicción al juego?
Nada. Es que deja unos recursos económicos bestiales para las arcas. No interesa, al igual que el alcohol o el tabaco. ¿Habrá una droga más extendida que el alcohol? Lo que pasa es que los impuestos son enormes, y es un melón difícil de tocar.
elespanol – Salud