‘Tierras perdidas’: Como Mad Max, pero mal, Más Mal (*)

<p>A estas alturas se antoja muy complicado confeccionar un apocalipsis en la pantalla que no palidezca ante el que vivimos un día sí y otro también a pie de catenaria. <strong>Aquello de que la ciencia-ficción es una metáfora de la realidad es ahora mismo, como poco, una afirmación arriesgada.</strong> Paul W.S. Anderson no parece estar de acuerdo. E insiste. Para ello, y con la inestimable ayuda de George RR Martin, imagina un lugar extraño dominado por una casta de explotadores que mantiene su poder mediante bulos, mentiras y mitos de todo tipo. Pese a lo terrible que resulta el asunto, fuera las cosas están mucho peor. Allí, en las Tierras perdidas que anuncia el título, no es que se haya derrumbado completamente el estado del bienestar, que también, sino que además todo está plagado de demonios, licántropos y criaturas feroces con motosierras que comen de todo menos pan. No hay unos aranceles locos, pero casi. Es decir, como documental ya va escaso.</p>

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 Un relato de George RR Martin apenas da para una alborotada celebración del más vulgar y poco imaginativo de los apocalipsis  

A estas alturas se antoja muy complicado confeccionar un apocalipsis en la pantalla que no palidezca ante el que vivimos un día sí y otro también a pie de catenaria. Aquello de que la ciencia-ficción es una metáfora de la realidad es ahora mismo, como poco, una afirmación arriesgada. Paul W.S. Anderson no parece estar de acuerdo. E insiste. Para ello, y con la inestimable ayuda de George RR Martin, imagina un lugar extraño dominado por una casta de explotadores que mantiene su poder mediante bulos, mentiras y mitos de todo tipo. Pese a lo terrible que resulta el asunto, fuera las cosas están mucho peor. Allí, en las Tierras perdidas que anuncia el título, no es que se haya derrumbado completamente el estado del bienestar, que también, sino que además todo está plagado de demonios, licántropos y criaturas feroces con motosierras que comen de todo menos pan. No hay unos aranceles locos, pero casi. Es decir, como documental ya va escaso.

Lo que sigue es una historia no digamos caótica y sin brío, sino más bien mal contada. Una reina infeliz le comunica a una bruja de alquiler el deseo de ser una cambiaformas. Para ello, bastaría con arrebatarle los poderes a un hombre-lobo que se encuentra donde todo está perdido, en las tierras perdidas de antes. A la vez, el amante de la noble le solicita a la misma hechicera que no lo haga. Como sea que nuestra heroína a la que da vida Milla Jovovich no puede decir que no nunca a nadie (no me pregunten por qué, pero es así), se las tendrá que arreglar para contentar a todos: a la que dice que haga una cosa y al que pide que haga la contraria. Por el camino se encontrará con el personaje al que interpreta Dave Bautista, un hombre solitario y muy bruto que se alía con la bruja para que haga y no haga lo que tiene que hacer. Y todo ello, mientras un obispo loco de una religión demente (como casi todas) quiere hacerse con el poder cueste lo que cueste. El problema, en verdad, no es que la historia no tenga mucho sentido pese a los 48 flashbacks para que nadie se pierda en el galimatías, lo grave de verdad es que da completamente lo mismo.

El director de la saga Resident Evil hace lo imposible por acercar su cine de fantasía y de acción a la extravagancia de Mad Max, pero sin humor, sin imaginación visual y, más difícil todavía, sin guion. Es decir, la película logra el raro y hasta meritorio privilegio de confeccionar, sin esfuerzo aparente, una soberbia y muy aburrida antología del despropósito. Consigue hacerlo todo mal sin despeinarse siquiera. Definitivamente, el apocalipsis, el de verdad, es que un apagón te coja sin transistor. O sin pilas. Y no esto.

Dirección: Paul W.S. Anderson. Intérpretes: Milla Jovovich, Dave Bautista, Arly Jover, Amara Okereke. Duración: 101 minutos. Nacionalidad: Alemania.

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