Ábalos en camiseta y la revolución de los tontos del pueblo

<p class=»ue-c-article__paragraph»>Aparece <strong>Ábalos </strong>en camiseta y España sonríe. Un tipejo que vuelve a llevar la <strong>corrupción</strong>, la caspa y la desconfianza a un <strong>Gobierno </strong>se convierte en ídolo e icono en redes sociales: la nueva Chenoa, don José Luis Ábalos Parera, <i>uno di noi </i>y demás estupideces de niños de 13 años que triunfan en ese gran reformatorio para adolescentes con problemas cognitivos y de adaptación que es Twitter (siempre será Twitter). Adolescentes, eso sí, de 0 a 99 años, como los juegos Educa.</p>

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 Un tipejo que vuelve a llevar la corrupción, la caspa y la desconfianza a un Gobierno se convierte en ídolo e icono en redes sociales. ¿Qué está pasando?  

Aparece Ábalos en camiseta y España sonríe. Un tipejo que vuelve a llevar la corrupción, la caspa y la desconfianza a un Gobierno se convierte en ídolo e icono en redes sociales: la nueva Chenoa, don José Luis Ábalos Parera, uno di noi y demás estupideces de niños de 13 años que triunfan en ese gran reformatorio para adolescentes con problemas cognitivos y de adaptación que es Twitter (siempre será Twitter). Adolescentes, eso sí, de 0 a 99 años, como los juegos Educa.

A Santos Cerdán, obviamente, no hay forma de que lo admire ni el incel más memo: demasiado triste, demasiado feo, demasiado turbio, demasiado malo. Ábalos es otra cosa porque tiene gracia, cultura e inteligencia para manejar al personal y sabe ocultarlo tras su aspecto de actor de ‘Los bingueros’. Ha nacido para acabar dentro de unos meses afirmando que todo es una gran conspiración, entre ovaciones, en eso que perpetra Iker Jiménez. Pedirán a la vez una estatua para él y la perpetua para Perro Sanxe. En un sector de la población que entendió Torrente como un héroe y no como una parodia, Ábalos reina.

Los grupos vertedero de whatsapp (trabajo, liga fantasy, antiguos alumnos, muchos tíos, trato superficial, cero sentido común, infinitos memes y demasiados comentarios de vergüenza ajena) echan humo compartiendo las conversaciones de unos puteros entre emojis de lágrimas de risa, de aplausos y alguna berenjena. Otro día hablaremos de lo que eso implica sobre la cantidad de hombres que pagan por follar, pero hoy no es el tema.

El tema es que nos escandalizamos con la corrupción, pero si se hace con (maldita la) gracia es blanqueada desde un amplio grupo de la ciudadanía (por decir algo) que entiende la españolía como picaresca, polvos (de los unos y de los otros) y fiestas. Y todo eso ha encontrado un altavoz altamente nocivo en las redes sociales. Menos en Instagram, donde aún no se han enterado de que hay un escándalo de corrupción mayúsculo porque están intentando sacar bonito un rape.

Cada vez que se nos pase por la cabeza que algo va a hacernos mejores, deberíamos huir como de la peste. Nos pasó con la pandemia, nos pasa con las redes y nos va a pasar con el Ozempic. Pensamos que Twitter llegaba para conectarnos y propiciar que ciertas élites, los periodistas y los políticos principalmente, bajáramos del púlpito y escucháramos al pueblo, pero el pueblo es más listo y se quedó en el mundo real. Sólo dimos voz a los que eran tan evidentemente idiotas que, hasta entonces, nadie les hacía caso. Es la revolución del tonto del pueblo. Y va ganando. Recuérdenlo cuando vean a Ábalos de gira por los platós al salir de la cárcel. En camiseta.

 Cultura

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