‘Fwends’ y ‘Aquel verano en París’ entusiasman en Cinemajove

<p>Contaba no hace tanto Santiago Sierra a este mismo periódico que uno de sus viejos profesores franquistas de la facultad de Bellas Artes estaba convencido de que minimalismo era sinónimo de pequeño, de ridículo, de apenas relevante. Y se sorprendía el artista minimalista porque, en verdad, el que quedaba retratado era el profesor como, en efecto, pequeño, ridículo e irrelevante. <strong>Sophie Somerville es australiana y Valentine Cadic, francesa.</strong> Y las dos, cada una a su modo y desde un punto del planeta, ejercen de directoras minimalistas. Y eso es así porque el suyo es un cine planteado casi como una provocación. Lo que cuenta no es tanto lo que se ve como lo que el espectador construye e imagina alrededor de lo contemplado. Apurando, se podría decir que es la audiencia, no las realizadoras, la que confecciona con sus recuerdos, sus memorias y todos y cada uno de sus deseos la parte más honda de sus películas. Suena tremendo y, en verdad, es desproporcionado. Por minimalista precisamente.</p>

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 La australiana Sophie Somerville y la francesa Valentine Cadic sorprenden, cada una a su modo, con dos historias de dos mujeres perdidas en dos ciudades: en Melbourne y en el París de los Juegos Olímpicos  

Contaba no hace tanto Santiago Sierra a este mismo periódico que uno de sus viejos profesores franquistas de la facultad de Bellas Artes estaba convencido de que minimalismo era sinónimo de pequeño, de ridículo, de apenas relevante. Y se sorprendía el artista minimalista porque, en verdad, el que quedaba retratado era el profesor como, en efecto, pequeño, ridículo e irrelevante. Sophie Somerville es australiana y Valentine Cadic, francesa. Y las dos, cada una a su modo y desde un punto del planeta, ejercen de directoras minimalistas. Y eso es así porque el suyo es un cine planteado casi como una provocación. Lo que cuenta no es tanto lo que se ve como lo que el espectador construye e imagina alrededor de lo contemplado. Apurando, se podría decir que es la audiencia, no las realizadoras, la que confecciona con sus recuerdos, sus memorias y todos y cada uno de sus deseos la parte más honda de sus películas. Suena tremendo y, en verdad, es desproporcionado. Por minimalista precisamente.

Fwends (que es como Friends –amigas–, pero de otro modo), de Sommerville, y Aquel verano en París, de Cadic, cuentan la historia de dos mujeres, de dos ciudades (Melbourne y la capital francesa) y de dos formas de perderse en ellas (las primeras en las segundas). Y en las dos películas la trama casi mínima se pone al servicio de una indestructible y muy sorprendente voluntad de descubrimiento. En ambos casos la idea es componer un viaje desde el asombro inicial, quizá euforia, hasta el reconocimiento final con parada obligada en asuntos tales como la tristeza, el desencanto, la humillación quizá y hasta el perdón. Que las dos cintas hayan acaparado con brillantez las jornadas iniciales de la edición número 40 de Cinemajove es algo ya ajeno a las propias películas, pero cuenta como acierto de programación y, por qué no, motivo de entusiasmo.

La película australiana cuenta cómo dos amigas (a las que dan vida Emmanuelle Mattana y Melissa Gan) se reencuentran después de tanto tiempo. La primera viaja desde Sidney a Melbourne. No tienen ningún plan. Solo verse, pasear y celebrar el hecho de estar juntas de nuevo. Poco a poco, el arrebato inicial va dejando espacio para algo más oscuro. Ya no son las mismas que eran. El trabajo soñado de una es, en verdad, un pozo de explotación y misoginia. La otra, en cambio, aún no se ha curado de una ruptura. Y así, una al lado de la otra, se reconocen perdidas y tristes en una ciudad igual de triste y bastante alejada de casi todo, de casi todo lo importante. De la mano de una puesta en escena tan ocurrente y libre como algo turbadora, y con los elementos justos, Somerville compone en Fwends una oda pautada a eso que el tiempo ha dado en llamar crecimiento. O madurez. De repente, las dos amigas se reconocen en cada una de sus heridas que, y aquí el acierto, también son las de todos. Brillante.

Una imagen de Aquel verano en París.
Una imagen de Aquel verano en París.

El caso de Cadic es distinto, pero no tanto. Esta vez la película habla de la soledad de una mujer (Blandine Madec) en una ciudad como París y en un momento como los Juegos Olímpicos. La protagonista vaga entre el tráfago de unas calles infectadas del ardor deportivo sin saber muy bien por qué. Quizá la curiosidad, tal vez la emoción del acontecimiento o solo la virtud del tiempo libre. Mientras, visita a su hermana, se cuela en la piscina olímpica y pasea con su sobrina. Dice la directora que le interesa explorar la soledad como espacio de descubrimiento, que siempre que se plantea en el cine la posibilidad de una mujer sola se habla inmediatamente de drama o peligro. Y en efecto, lo que plantea Aquel verano en París es, sobre todo, una mirada completamente nueva; nueva y extremadamente curiosa que igual apela al documental que a la comedia, el drama o, llegado el caso, la intriga. Puro hallazgo. Cadic confecciona así la semilla de un milagro diminuto que crece en la memoria del espectador hasta alcanzar el tamaño gigante de lo compartido, de lo común. Es así.

Sin duda, el minimalismo está ahí para desde el espacio de una pantalla diminuta alcanzar al mundo entero, desde París a Melbourne pasando por Valencia y por la emoción, la emoción pura.

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