En estos primeros días de verano siempre me acuerdo de Araceli. En realidad, podría decir que siempre me acuerdo de Araceli. Araceli Corbo murió el día de san Juan de 2019 y ese día siguió enseñándonos. Aún no ha dejado de hacerlo. Nunca pensé que de ella aprendería a despedirme para siempre, cuando ese para siempre es el para siempre definitivo. Me escribió (nos escribió a muchos) para mandarme todo su cariño y para decirme adiós. Lo que Ara no sabía, o quizá sí, y por eso lo hizo, es que en ese canal el cariño nunca ha dejado de circular en las dos direcciones. Solo pude contestar: “Te quiero”. No recuerdo habérselo dicho antes a una amiga, no estoy nada orgullosa de esto. Aprendí, aunque con frecuencia fallo.
Las dos murieron en verano. Las trayectorias de ambas, y de tantas, merecen más espacio en los medios de comunicación, no solo cuando fallecen
En estos primeros días de verano siempre me acuerdo de Araceli. En realidad, podría decir que siempre me acuerdo de Araceli. Araceli Corbo murió el día de san Juan de 2019 y ese día siguió enseñándonos. Aún no ha dejado de hacerlo. Nunca pensé que de ella aprendería a despedirme para siempre, cuando ese para siempre es el para siempre definitivo. Me escribió (nos escribió a muchos) para mandarme todo su cariño y para decirme adiós. Lo que Ara no sabía, o quizá sí, y por eso lo hizo, es que en ese canal el cariño nunca ha dejado de circular en las dos direcciones. Solo pude contestar: “Te quiero”. No recuerdo habérselo dicho antes a una amiga, no estoy nada orgullosa de esto. Aprendí, aunque con frecuencia fallo.
La muerte de Araceli dejó a muchos desolados. Desolado se me queda corto, ¿hay una palabra que aúne la extrema tristeza, la tremenda rabia y la incredulidad? Ella marcó una etapa en el MUSAC, una buena etapa del centro de cara a la galería, y no todas las del Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León lo han sido. Fue mucho más que la responsable de su biblioteca y centro de documentación, que hoy lleva su nombre. Fue una tricotadora de redes, ella era el nudo del que partía el tejido. En las redes que creó Araceli, se pescaba ―y pesca― buen pescado, los microplásticos todavía no lo habían inundado todo. Su contenido está ahí, se puede acceder a él. Era materia prima de primerísima calidad en distintos ámbitos: gestión cultural, innovación museística, archivística, redes sociales, arte…; y siempre lo envolvía de cariño y escucha. Construyó comunidad. Fue pionera en redes, en Twitter. Aunque ya no nos guste demasiado, ojalá hubiera conocido X. En parte, seguimos ahí porque quedan miembros, hilos, de ese tejido que ella trenzó en la mejor época de esta red, cuando todo era intercambio y conocimiento, y, sobre todo, cuando se empezaba en lo virtual pero se llegaba a lo real, a lo palpable. Eran auténticas redes sociales. Por suerte, algunas se mantienen.

Su muerte tuvo eco en la prensa local, pero Ara no era local, era global en la mejor connotación del término. Y tuvo que marcharse (eufemismo al canto) para que los medios recordaran su labor. Pero nunca será suficiente. Recuerdo una exposición de Concha Jerez en el MUSAC, Interferencias en los medios, allá por 2014, cuando el museo ponía autobuses que partían de la capital, de la plaza de España, para que “la prensa de Madrid” (¡ay el madridcentrismo!) y otros invitados asistieran a las inauguraciones, organizadas estratégicamente los sábados. Traigo esta muestra a colación porque la muerte ―depende de quien sea el finado, o quienes, claro― suele interferir en los medios. Bien lo sabe Concha Jerez, que lleva años trabajando sobre las interferencias en los medios, la censura, la autocensura, la memoria. Una de las instalaciones de aquella exposición mostraba decenas de páginas de obituarios de periódicos (sobre todo de este), en el que tachaba todas las piezas salvo las necrológicas de mujeres. Jerez pone el foco en estas mujeres, importantísimas en sus ámbitos, pero casi siempre desconocidas. Solo su muerte hacía que tuvieran un hueco en el periódico, solo así se recordaban sus logros. Qué injusto y cuánto se sigue repitiendo. ¿No es lo que estoy haciendo ahora?
Y si a Araceli la tengo asociada al principio del verano; a Paloma, al final. Las dos eran demasiado jóvenes. Paloma Cabrera murió el 30 de agosto de 2020, era la jefa del Departamento de Antigüedades Griegas y Romanas del Museo Arqueológico Nacional (MAN). Lo fue desde 1992. Todo un referente en la cultura clásica, especialmente en el mundo griego. No están estas líneas dedicadas a enumerar sus vastísimos estudios y publicaciones, para eso existe Google o ChatGPT. Su fallecimiento resonó entre sus colegas, se la homenajeó, pero tampoco salió de ese campo. Es la desconocida que ideó, junto con su equipo, un maravilloso espacio madrileño: las salas clásicas del MAN, con su impresionante colección de vasos griegos (soy incapaz de decir uno de sus nombres sin pensar en Paloma y si estaré pronunciando bien), y el maravilloso patio romano del museo. Vayan, paseen, observen, aprendan (se está fresquito).
Los lugares, los textos, las historias… tienen personas detrás. Paloma, discreta y sigilosa, es una de ellas, amabilísima y sabia. Nunca imaginé que la tendría tan presente, siempre lo está cuando nos juntamos quienes la conocimos. Siempre lo está cuando recordamos (e imitamos) con risas uno de sus gestos de enfado. Siempre lo está cuando veo a algún conservador o trabajador de museos ponerse guantes de algodón para tocar piezas; bien, perfecto, tal y como está el cuidado del patrimonio es mejor pecar por exceso de prudencia que por defecto; pero la recuerdo en los almacenes del MAN demostrando cómo los guantes de algodón no eran el mejor invento para agarrar cerámica. Resbalan.
Paloma y Araceli trabajaron por la historia, por la memoria, por el patrimonio colectivo. Sirvan estas palabras para conservar sus memorias, sus historias, sus logros y sus figuras. ¿Tarde? ¿Qué es tarde cuando el tiempo ya no importa?

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