¡Los niños están en peligro! ¡Les roban su inocencia! El grito se repite en la extrema derecha española. Es el grito de Vox, cuya portavoz adjunta en el Ayuntamiento de Madrid, Carla Toscano, proclamaba la semana pasada: “El adoctrinamiento LGBTI de los niños es corrupción de menores y lleva a la pederastia”. También es la alarma que pulsa la presidenta de Abogados Cristianos, Polonia Castellanos, que aseguraba en una reciente entrevista en OKdiario que en Castellón han enseñado a críos de 11 años a “cocinar con semen”. “Absolutas barbaridades”, se escandalizaba.
Vox y otras fuerzas extremistas refuerzan su ofensiva contra “el ‘lobby’ gay” y la “ideología de género” con una obsesiva alerta de pedofilia
¡Los niños están en peligro! ¡Les roban su inocencia! El grito se repite en la extrema derecha española. Es el grito de Vox, cuya portavoz adjunta en el Ayuntamiento de Madrid, Carla Toscano, proclamaba la semana pasada: “El adoctrinamiento LGBTI de los niños es corrupción de menores y lleva a la pederastia”. También es la alarma que pulsa la presidenta de Abogados Cristianos, Polonia Castellanos, que aseguraba en una reciente entrevista en OKdiario que en Castellón han enseñado a críos de 11 años a “cocinar con semen”. “Absolutas barbaridades”, se escandalizaba.
Este discurso no es nuevo, pero este año viene con fuerza porque la Hungría de Viktor Orbán, inspiración de Santiago Abascal, prohibió la marcha del Orgullo invocando la protección de los menores, una medida que agitó el debate en España y lo llevó al Congreso. Allí Vox respaldó el mes pasado el veto a la manifestación. Orbán, solemnizó la diputada Rocío de Meer, cumple con su “deber” de “proteger a los niños”.
En este contexto, y en la antesala del Orgullo LGTBIQ+ en Madrid, hay que insertar las palabras de Toscano —el “lobby LGBTI” pretende “propagar la homosexualidad”, también entre “los niños”— y de Castellanos —Abogados Cristianos ayuda a “combatir el adoctrinamiento” de los chavales “en la ideología de género”—. A ambas se suma el propio Abascal, que un día después de la masiva manifestación del sábado pasado en Budapest desafiando la prohibición de Orbán, clausuró la asamblea de Vox con una denuncia de la “corrupción de menores institucionalizada en los colegios”. “¡Los niños que jueguen, que estudien!”, gritaba, reclamando que “dejen de corromperlos en Televisión Española, en las escuelas, en los gobiernos”.

Pero, ¿qué pone exactamente en peligro a los críos? Un enemigo con muchos nombres. El “lobby LGBTI”, la “ideología de género”, la “cultura woke”. Ante todo eso, Vox se erige en “defensor del orden de la familia tradicional”, en la que “los niños crecen sanos porque tienen padre y madre”, en contraste con “el desbarajuste, el caos y la amenaza” de la era de la diversidad, explica el historiador Steven Forti, especializado en extrema derecha y autor de Democracias en extinción (Akal, 2024).
En ocasiones, el mensaje es inequívocamente homófobo. En 2023, un concejal de Vox en Mérida exigió la retirada de la enseña arcoíris del Ayuntamiento porque, de mantenerla, lo siguiente será colocar “la bandera de los pedófilos” y poner en peligro a “vuestros hijos y mis nietos”.
Pero la mayoría de las veces no hace falta ser tan explícito. Lo importante, lo nuclear para infundir lo que en sociología se llama “pánico moral”, es presentar a un niño, o a toda la infancia, en situación de indefensión frente a los sucios afanes de seres desviados. La parábola funciona sin explicitar la inclinación sexual de los villanos, que se deja a la imaginación de una audiencia sobre la que ya habrán incidido antes los arraigados estereotipos degradantes sobre la homosexualidad.
¿Concreciones que doten de contenido a esta narrativa? Por aquí un taller de educación sexual con un cartel que, retorcido, permite presentar la invitación al aprendizaje sobre el sexo como una invitación a la práctica del sexo; por allí la foto de una cabalgata en la que sale una drag queen a la vista de unos chiquillos; más allá un libro sobre homosexualidad en bibliotecas de centros educativos —no un libro de texto— que hace referencia a su vez a otro libro con “recetas para cocinar con semen”. Mimbres así sostienen toda esta dramática narrativa.
La “batalla” por la defensa de los menores frente a supuestos influjos sexuales perversos, con acreditada “capacidad de movilización social”, es “uno de los elementos centrales” de las estrategias de las “derechas radicales” en todo el mundo, explica la antropóloga Nuria Alabao, autora de Las guerras de género(Katakrak, 2025), que observa cómo Vox se mueve en la “esquizofrenia” de querer utilizarla para rentabilizar la nostalgia del viejo orden natural, pero midiéndose para no perder potencial electorado LGTBI, al que aspira a llegar con un discurso que enfatiza el riesgo que para este colectivo supone la inmigración musulmana.

El resultado es que Vox se queda, señala Alabao, a medio camino entre las extremas derechas europeas de aire más moderno en este terreno, como las de Países Bajos o Francia, y las más reaccionarias, entre las que cita a la Hungría de Orbán, que en 2021 aprobó una ley prohibiendo hablar de homosexualidad en las escuelas y el mes pasado —ya con la controversia del Orgullo en carne viva— prohibió la exhibición de la bandera LGTBIQ+ en los edificios públicos. Siempre, con la misma justificación: cuidar de los niños, la que ya usó en 2013 Vladímir Putin en Rusia para aprobar su ley antipropaganda homosexual.
De los 70 en EE UU a España hoy
La explotación de los estigmas denigrantes sobre la homosexualidad es un fenómeno universal cuyo origen se pierde en el tiempo, pero los últimos 50 años en Estados Unidos merecen mención expresa. A raíz de la eclosión de la lucha por la libertad sexual, en los 70 y 80 se produjo una contraofensiva del ultraconservadurismo cristiano, encabezada por grupos como The Religious Roundtable y The Moral Majority, con la protección de la infancia como base de su argumentario. En esa estela se sitúa la campaña Salvad a nuestros niños de la que fue Miss Oklahoma Anita Bryant, en defensa de la discriminación laboral de los homosexuales. También entra ahí la Iniciativa Briggs, por el senador John Briggs, que pretendía prohibirles dar clases en las escuelas públicas. Otra vez, por supuesto, para proteger a los niños.
Aunque hoy ya es marginal la brutalidad discriminatoria aquellos discursos —“los homosexuales […] no harán alarde de su estilo de vida, no se les permitirá predicar sus normas sexuales a los jóvenes impresionables”, proponía Bryant en 1977—, sus ecos resuenan en EE UU en las campañas y normas republicanas para impedir el acceso de menores a contenidos donde se aborde la diversidad sexual —destaca la conocida como ley no digas gay de Florida—, o en la insistencia del republicanismo más trumpista —casi todo ya— en que la “ideología de género” incita al abuso de menores, o en la fijación del propio Donald Trump con que en los colegios de América se fomenta la transexualidad.

Abascal toma nota de Trump. Hace poco más de un año, el líder de Vox compartía un vídeo en el que el líder republicano denunciaba consternado que en la escuela ya “no puedes hablar de la Biblia, pero los espectáculos de drags están permitidos». Abascal escribió junto al vídeo: “Es un clamor mundial. ¡No a la corrupción de menores en las escuelas!”. Y agregó un corte de un mitin suyo: “No vamos a permitir que entre ningún depravado a los colegios”. De nuevo, nada más se concretaba. EL PAÍS preguntó a Vox por ejemplos de sexualización y depravación en colegios, sin respuesta.
“Masturbación” y “adoctrinamiento”
Las alertas sobre la “sexualización” de los niños y el “robo de su inocencia” son usuales en Abascal, que ha contado que es de los mensajes más aplaudidos en sus mítines. En línea con su entusiasmo, todo su partido lleva años aumentando la dedicación a este discurso. De hecho, ya era el mensaje que subyacía en el “pin parental”, aquel empeño con el que Vox, de la mano de Hazte Oír, empezó a comprobar la enorme atención mediática que suscitan las polémicas escolares.
En la campaña de las andaluzas de 2022, la candidata de Vox, Macarena Olona, trató de epatar a la audiencia de un debate electoral alertando de cómo en las aulas se enseñaba “qué es la masturbación” a “niños de diez años”, todo por un cuadernillo sobre educación afectivo-sexual del Ayuntamiento de Sevilla. En febrero de este año, el Parlament de Cataluña ha aprobado una moción para enseñar educación sexual en Infantil. “Adoctrinamiento sexual”, proclamó Vox, que maneja con soltura la acusación de “apología de la pedofilia”, ruidosamente dirigida en 2022 contra Irene Montero tras retorcer unas declaraciones de la entonces ministra de Igualdad en defensa de enseñar a los niños qué es el consentimiento.
Por parecidos motivos se montó una escandalera hace menos de dos meses en Badajoz, donde una biblioteca pública acogió un taller de “salud afectivo-sexual” de un centro psicológico. En su cartel ponía: “Consentimiento desde la niñez”. Vox salió en tromba a difundir que el PP fomentaba el abuso de menores, cuando lo que se pretendía era explicarles que el sexo debe ser siempre consentido. “La Junta de Extremadura (PP) promoviendo la pederastia”, escribió el eurodiputado Juan Carlos Girauta.
Hay un corte de un Informe Semanal de 1981, que se viraliza cada cierto tiempo, en el que varios ciudadanos anónimos, abordados por una periodista, opinan sobre la homosexualidad. Con algún esfuerzo la toleran —“¡peor para ellos!“—, pero que no se le haga “propaganda”, pide un hombre. Y que no que den “malos ejemplos” a los demás, añade una mujer. Más se explaya un señor encorbatado, camisa ceñida al cuello y pelo entrecano, que declara su “cierto respeto” por los gais —las lesbianas ni se mencionan—, pero critica el “exceso” del “la jornada del orgullo” antes de añadir: “Que los dejen vivir y tal, siempre que no corrompan a la juventud”.
El vídeo suele mover al comentario boquiabierto: ¡Cuánto hemos cambiado! Y sí. El cambio ha sido drástico. Hoy España es reconocido como uno de los países con mayor grado de reconocimiento de la diversidad sexual. Pero de igual modo que en Trump hay ecos de Bryant, del senador Briggs y de los predicadores de los 70 y 80 que proclamaban que la liberación sexual en EE UU había cabreado a Dios, en Abascal y los suyos los hay del señor trajeado de hace ya 44 años en Informe Semanal.
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