Hace casi veinte años, el matrimonio formado por Isabel Martínez y Jesús Rodríguez paseaba por las calles de la ciudad suiza de Friburgo, donde estudiaba su hija, cuando, como dice el hombre, “pasó lo que tiene que pasar”. En el suelo resaltaban pequeños cuadrados dorados con un texto calado en otro idioma, del que solo podían leer unos nombres y la palabra clave: Auschwitz. La pareja no sabía que aquellos stolpersteine, o lo que es lo mismo, “piedra con la que puedes tropezar”, los llevaría a ser defensores de la memoria de los madrileños deportados hacia campos de concentración nazis muchos años después. Gracias a su proyecto, en la mañana de este viernes la capital ha llegado a 102 personas homenajeadas con estos monumentos de los que ya hay más de 10.000 en 30 países de Europa. La última ha sido Nadine Hwang Brouta, una madrileña de origen chino y belga con una vida muy poco común, cuya piedra la une con la de su pareja, ubicada en Bruselas.
La capital ya cuenta con 102 ‘stolpersteine’, pequeñas placas ubicadas donde vivieron personas que sufrieron en campos de concentración, gracias al proyecto particular de un matrimonio
Hace casi veinte años, el matrimonio formado por Isabel Martínez y Jesús Rodríguez paseaba por las calles de la ciudad suiza de Friburgo, donde estudiaba su hija, cuando, como dice el hombre, “pasó lo que tiene que pasar”. En el suelo resaltaban pequeños cuadrados dorados con un texto calado en otro idioma, del que solo podían leer unos nombres y la palabra clave: Auschwitz. La pareja no sabía que aquellos stolpersteine, o lo que es lo mismo, “piedra con la que puedes tropezar”, los llevaría a ser defensores de la memoria de los madrileños deportados hacia campos de concentración nazis muchos años después. Gracias a su proyecto, en la mañana de este viernes la capital ha llegado a 102 personas homenajeadas con estos monumentos de los que ya hay más de 10.000 en 30 países de Europa. La última ha sido Nadine Hwang Brouta, una madrileña de origen chino y belga con una vida muy poco común, cuya piedra la une con la de su pareja, ubicada en Bruselas.
A primera hora, una veintena de personas espera en la puerta del edificio de la calle de Agustín Durán 32 para colocar la primera de las cuatro stolpersteine del día. Recordará a Ernesto Jiménez García, cuyo último paradero conocido fue el subcampo de Hradischko, ubicado en la actual República Checa, donde fue obligado a trabajar como cocinero. Pudo haber escapado, pudo haber sido asesinado allí o pudo haber rehecho su vida después de la guerra. Las posibilidades son muchas, pero el proyecto de los stolpersteine fue creado por el artista alemán Günter Demnig a mediados de los 90 para recordar a todas las víctimas de los campos nazis, fuera cual fuera su origen, su historia y su final.

Los pequeños adoquines aún se hacen a mano en un taller de Alemania, al que llegan las solicitudes de los interesados, ya sean particulares o asociaciones, provenientes de todas partes del mundo. Uno de los requisitos es se deben colocar en el último domicilio voluntario que se conozca de esa víctima. Por eso, llegar hasta la colocación de las piedras de este viernes costó a Isabel y a Jesús muchas horas de investigación en el archivo de la ciudad para conocer tanto la historia como el domicilio de los homenajeados y una espera de meses para que el taller alemán enviara a Madrid las cajas con los pequeños cubos dorados.
También deben esperar a que la junta del distrito correspondiente, en esta ocasión el de Salamanca, apruebe la solicitud para intervenir la vía pública. “Estamos contentos porque siempre lo aprueban por unanimidad”, asegura Isabel. Agrega que “unos lo tramitan más rápido”, como ha sido en este caso, y otros “no tanto”, ya que hay distritos que tardan más, y uno de ellos tiene la solicitud sobre la mesa desde 2021, aunque el matrimonio prefiere no señalarlos particularmente. Algunos concejales, como el del distrito Centro, ha acudido en alguna ocasión a esta ceremonia sencilla y sin aspavientos, aunque nunca nadie del ayuntamiento o la comunidad. Isabel achaca lo último a que las solicitudes las tramitan los distritos y prefiere concentrarse en el acto de recordar a las víctimas.
La piedra de Ernesto Jiménez García la han colocado amigos del matrimonio, porque la familia más cercana que pudieron encontrar ―unas sobrinas lejanas― no estaba muy segura de querer participar en el homenaje. Aunque Isabel y Jesús muchas veces descubren nuevos nombres de víctimas madrileñas del nazismo por sus propias pesquisas o por lo que le cuentan sus propios amigos, también hay familiares que los contactan para que los ayuden a encontrar datos de un bisabuelo desconocido, o un tío del que oyeron hablar de pasada porque fue brigadista hace más de medio siglo.

Fue el caso de Javier Álvarez, quien escribió a la pareja porque había acabado de descubrir que el apellido Ridaura de su familia materna se conectaba con el de dos hombres que fueron enviados al campo de Mauthausen. “No era un apellido muy común”, dice Javier, que terminó sabiendo que Manuel y José Luis Álvarez Ridaura eran hermanos de su abuelo y tíos de su padre, y que habían vivido por última vez en Madrid en la casa que él identificaba como de su bisabuela. 80 años después de que José Luis fuera liberado de Mauthausen ―Manuel murió allí en 1941― su sobrino nieto hizo los honores y colocó los dos cuadrados dorados en la puerta de la calle de Cartagena, 9.
Una madrileña con mucha historia
Isabel y Jesús supieron de la historia de Nadine Hwang Brouta y de Nelly Mousset-Vos gracias a las investigaciones de dos amigos, el profesor de medicina Esteban González y la historiadora Rosa Ríos, quienes fueron pioneros en España al implantar una asignatura universitaria sobre ética médica durante el holocausto. Nadine, madrileña de origen chino-belga que fue abogada, diplomática, piloto en China y colaboradora de la resistencia, y Nelly, cantante de ópera y espía belga, también de la resistencia, se conocieron y se enamoraron una noche navideña en el campo de concentración para mujeres de Ravensbrück. Ambas lograron salir de allí con vida al final de la guerra y hacer una vida en común en Venezuela, aunque vivieron en Bélgica los últimos años de sus vidas.
Aunque Nadine vivió muy poco tiempo en Madrid, Isabel y Jesús estaban seguros de que ella también merecía una placa en la ciudad. Pero como en esta historia de espías, nazis y amor no hubo Nadine sin Nelly, decidieron que ella también tendría su homenaje. En septiembre del pasado año el matrimonio logró expandir sus fronteras con la ayuda de una amiga que vivía en Bruselas, quien pidió los permisos necesarios para colocar una stolpersteine a la entrada de la casa natal de Nelly. Unas semanas después debía colocarse la de su compañera Nadine en Madrid, pero por un error en su apellido de última hora tuvieron que pedir una nueva piedra dorada al taller alemán.
Nadine ha sido la última homenajeada en la ciudad, la número 102, este viernes. Frente al número 5 de la calle de Castelar, una de esas casas que han hecho famosa a la vía por su arquitectura modernista, al mediodía, medio centenar de personas presenciaron la colocación del pequeño bloque. Como en las ocasiones anteriores, el equipo de obreros del distrito de Salamanca retiró una de las baldosas de la acera y dejó el agujero listo. “Como ven, esto funciona con amiguetes”, dice bromeando Jesús, quien antes de colocar el bloque saca tierra y flores silvestres secas de una bolsa de papel y las coloca dentro del hueco en el suelo. “Nuestra amiga Gema ha ido hace poco a Ravensbrück y le hemos pedido que lo trajera para ponérselo a Nadine”.

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