Concienciación y bancos de vivienda contra la codicia rural y el miedo a alquilar: “Es una segunda oportunidad para el pueblo”

Una sí, una no. Tres no, una sí. Dos sí, una no. Recorrer las calles de Rollán (Salamanca, 340 habitantes) revela la tónica habitual en el reparto de viviendas por los pueblos de provincias o despobladas o en riesgo de despoblación: al lado de casas remozadas, ocupadas, vivas, con macetas lustrosas, recién pintadas, viejas moradas en declive, con cristales rotos, tejados hundidos, muros agrietados, patios de hierbajos asalvajados o parcelas directamente echadas a perder por la dejadez y el paso del tiempo.

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 El Ayuntamiento de Rollán, en Salamanca, anima al vecindario a sacar al mercado inmuebles para que no acaben hundiéndose  

Una sí, una no. Tres no, una sí. Dos sí, una no. Recorrer las calles de Rollán (Salamanca, 340 habitantes) revela la tónica habitual en el reparto de viviendas por los pueblos de provincias o despobladas o en riesgo de despoblación: al lado de casas remozadas, ocupadas, vivas, con macetas lustrosas, recién pintadas, viejas moradas en declive, con cristales rotos, tejados hundidos, muros agrietados, patios de hierbajos asalvajados o parcelas directamente echadas a perder por la dejadez y el paso del tiempo.

Este escenario exige reacciones como la tomada por el Ayuntamiento rollanés: crear un banco de inmuebles para que los propietarios ofrezcan sus viviendas y los potenciales interesados accedan a esas opciones cómodamente. Ante el el afán por vender a precios desmedidos y la reticencia a alquilar, una alternativa intermedia para fomentar esa repoblación en pueblos bien dotados de servicios.

Cartel de "Se vende" en una calle de Rollán.

Los carteles de Se vende se prodigan por el municipio. Hay alguno naranja, nuevo, brillante, con números rotundos para seducir a los compradores. Otros llevan lustros aguardando ser retirados y entre el sol, la lluvia y el reloj los caracteres negros se han difuminado con el fondo blanco. El mercado inmobiliario de localidades pequeñas como esta presenta anomalías, pues un paseo por sus calles evidencia que hay muchas residencias clausuradas, sin inquilinos, pero sin voluntad ninguna de que cambien de propietario.

Las opciones accesibles, en cambio, limitan que el interesado se lance: los dueños piden cifras excesivas tanto por la ubicación rural como por las calidades, pues muchas demandan obra completa o directamente demolición para empezar de cero. Este bloqueo impide que la rueda de la repoblación pueda girar toda vez que la despoblación ya hizo lo suyo. Una céntrica y amplia cafetería, cerrada hace unos meses por la jubilación de los gerentes, ha despertado el interés de una pareja joven que baraja instalarse en Rollán para recuperar el negocio. Problema: dónde. Apenas hay domicilios en alquiler y no anda la cosa como para grandes desembolsos sin saber cómo funcionará la apuesta.

Este contexto desafía al alcalde, Leonardo Bernal (PSOE), quien hace un año lanzó ese portal, publicitado en la web y en el Facebook del pueblo, para avivar ese intercambio. “Es una segunda oportunidad para que alguien se pueda asentar y no estén cerradas las casas, es una lástima que muchos pueblos están llenos de casas en pésimo estado de conservación”, indica el regidor desde 2011, contento por el “efecto llamada” que generan más carteles en las calles y hasta 12 inmuebles dispuestos en la bolsa municipal: “Antes no sabíamos ni que se vendían”.

Bernal recita medidas sociales lanzadas por el Ayuntamiento para favorecer a los residentes, en forma de cheques-bebé, ayudas al material escolar, ocio para mayores… y las virtudes de Rollán: cerca de la autovía, a 20 minutos en coche de Salamanca ciudad, telecomunicaciones, calidad de vida, farmacia, médico, tienda, bar, banco… pero sin techo no hay nada.

“El alquiler es el problema, todo está a la venta e intentamos que otras casas se pongan a disposición de quienes preguntan en el Ayuntamiento”, lamenta el alcalde, con los viejos lastres contra el arrendamiento en forma de herencias fragmentadas, casas como segundas residencias veraniegas o el considerar que alquilar no les dará grandes réditos.

Teresa Sánchez sentada en la entrada de la casa que tiene alquilada en Rollán.

Una de las beneficiarias del programa se llama Teresa Sánchez, de 54 años, que se ha entendido con su casero, Isidoro Rubio, de 79, para alquilarle por 100 euros mensuales, con opción de compra una vivienda coqueta, apañada para ella sola. La cuota y los arreglos sobre el inmueble se irán descontando de una posible compra futura de la casa. Sánchez trabaja en Salamanca y va y vuelve en autobús.

“Notamos mucho que cuesta muchísimo alquilar una casa y mira que hay muchas vacías, hay gente muy cerrada, por mucho que digas no quieren, no les hace falta el dinero, hay gente que tuvo problemas o tienen algo de miedo.”, expone la salmantina, feliz con Isidoro y su confianza y a expensas de calibrar si se lanza en el futuro a adquirir o a remodelar una vieja residencia familiar.

El propietario cifra en 25.000 euros la venta y recomienda que sus vecinos se acojan a este plan: “Yo lo tuve en venta, llamaron dos, les pareció caro y no respondieron. Luego esta chica me pidió el favor, llevaba 25 años cerrada la casa pero tiene de todo”.

Otro obstáculo para mudarse a un pueblo se encuentra en la burbuja de precios. Los dueños creen que esos domicilios muchas veces grandes, con terrenito o patio, valen un precio derivado de sus dimensiones pero no de sus condiciones, pues el abandono empuja a grandes reformas posteriores y a añadir varios ceros a la inversión inicialmente escasa.

María José Guillén frente a la casa que tiene a la venta en Rollán.

Teresa Sánchez también se escandaliza porque en el mercado local hay opciones por 95.000 euros. Para ella, aunque recién reformada y en buenas condiciones, la cifra asusta a quienes buscan un pueblo como vía de ahorro. La visita, en pleno día de San Isidro, propicia encontrarse a varios lugareños procesionando al santo tras bendecir la labranza.

Allí se pregunta por el banco de viviendas y brotan argumentos manidos como “con lo que sale por la tele y los okupas la gente tiene miedo”, aunque, pese a la alarma mediática, según el ministerio de Vivienda solo el 0,06% de los inmuebles sufrió inquilinos irregulares en 2024. De fondo, una mujer pone cordura: “Son muy conservadores y están muy parados, además son casas que necesitan mucho arreglo”. El mensaje común, que para gastar varias decenas de miles de euros en la adquisición y un buen pico en la readaptación, mejor quedarse en la ciudad.

El tren de desprenderse de una propiedad hundida pasó ante los ojos de María José Guillén, de 52 años, quien intentaba colocar la añeja casa paterna de 60 metros cuadrados. Pedía 15.000 euros y un vecino le daba 12.000, pero la charra no se animó porque otros rollaneses habían vendido sin necesidad de rebajar pretensiones y ella aspiraba al máximo. El interesado se arrendró y la dejó con la vivienda colgando y a expensas de deterioros como que este invierno se hundió el tejado. La decadencia avanza: “Ahora, si me ofrecieran algo menos, sí aceptaría, mi padre todavía se lamenta”.

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