Jorge Valín, oncólogo, voz y bajo. Miguel Mike Navarro, hematólogo, guitarra y coros. Álvaro Álvarez, cirujano cardíaco, guitarra. Adrián Navarro, reumatólogo, batería. Por separado son cuatro médicos del Hospital 12 de Octubre, del Gregorio Marañón y del Ramón y Cajal (Madrid); juntos forman Annapurna, una banda indie para evadirse de la presión sanitaria y expresar con la música lo que esconde la bata. Los cuatro jóvenes estrenan su primer disco, Golpes, Flores, cuyo título refleja la aparente oposición entre su profesión y su afición; para ellos, la una bebe de la otra y viceversa, pero sin pasarse: no quieren teñir sus notas de medicina, pero sí retroalimentarse para mejorar en ambas esferas.
Cuatro doctores prueban suerte con una carrera musical paralela a sus trabajos en hospitales madrileños y estrenan su primer disco
Jorge Valín, oncólogo, voz y bajo. Miguel Mike Navarro, hematólogo, guitarra y coros. Álvaro Álvarez, cirujano cardíaco, guitarra. Adrián Navarro, reumatólogo, batería. Por separado son cuatro médicos del Hospital 12 de Octubre, del Gregorio Marañón y del Ramón y Cajal (Madrid); juntos forman Annapurna, una banda indie para evadirse de la presión sanitaria y expresar con la música lo que esconde la bata. Los cuatro jóvenes estrenan su primer disco, Golpes, Flores, cuyo título refleja la aparente oposición entre su profesión y su afición; para ellos, la una bebe de la otra y viceversa, pero sin pasarse: no quieren teñir sus notas de medicina, pero sí retroalimentarse para mejorar en ambas esferas.
El grupo cambia bisturís y consultas por instrumentos y escenarios, guardias eternas por conciertos terapéuticos y la formalidad del cargo por la expresividad del arte. Los cuatro han quedado para comer en uno de los escasos huecos que les regalan los caprichosos turnos de cada hospital, siempre pendientes de apañar con los compañeros momentos para coincidir y ensayar con Annapurna, una peligrosísima montaña del Himalaya y temazo de los Viva Belgrado, inspiradores de estos doctores que no quisieron mezclar curro con ocio. “No nos íbamos a llamar Los Galenos y no queremos escribir sobre medicina”, proclama Mike, de 28 años y cofundador del asunto.
El origen del tinglado parte de que él y su hermano Adrián, de 25, criados en su Murcia natal “haciendo música desde siempre en la buhardilla”. Esa vena se trasladó a la Universidad de Murcia, donde Mike conoció a Álvaro y este acabó accediendo a acudir a uno de esos bolos, primero por la “chapa” del colega y luego admirando el resultado: “Buah, qué guapo”. Álvarez tenía nociones de violín del Conservatorio, pero entonces quedaba mucho para lanzarse.
El mayor de los Navarro recaló en Madrid para especializarse, mismo destino que el vallisoletano Valín, de 29 años. El guitarrista encontró piso de tres habitaciones junto a otro amigo, jurista él, y necesitaban compañero: ofreció el inmueble en un grupo de futuros médicos en Telegram y el pucelano, raudo y también seleccionado para trabajar en el Hospital 12 de Octubre, se lanzó rezándole a la cobertura que su mensaje, enviado desde la graduación sin apenas señal de su ahora exnovia, llegara al emisor. Bingo. “Guárdame el piso, por el amor de Dios”, rogó uno; “quién soy yo para elegir”, concedió el otro.

El exigente primer año de MIR, el Annapurna de la formación en medicina, les dificultó prodigarse en la música pero la vida en casa reveló la afinidad. “¡Casi me caigo de culo cuando un día lo vi con una camiseta de Viva Belgrado! A mí me encantaban y en Valladolid no conocía a nadie que los escuchara!”, exclama el cantante, que desde los 18 maneja guitarra y bajo.
Esa coincidencia y afinidad cultural empujó a ir versionando temas y canturrear en verano de 2023 e incorporar a Álvarez, que frente al “podemos chapurrear algo” del prudente Mike apeló al “¡hay que hacer un puto grupazo!” Pero los números no salían: faltaba batería. Los ensayos en un local y la electrificación de la banda trajeron seriedad, pero la perdían al andar rotando las baquetas. El cirujano cardíaco tenía más soltura por haberse visto forzado a tocar la batería en una boda, pero no era lo suyo. La solución estudiaba en Murcia: Adrián, baterista, pensaba en mudarse a la capital aunque recelaba del proyecto del hermano mayor. Un día, el pasado verano, lo citaron en el local y, sorprendido, vio que había sustancia. Después, un viaje de conjura a Lisboa (Portugal) y al lío.
El primer concierto lo dieron en Letur (Albacete, 920 habitantes), pueblo de Álvarez. Todos coinciden en los nervios del estreno y la satisfacción al, después de actuar, recibir varios “oye, qué guay”, más allá de los parientes del colega.
Annapurna va creciendo en lo musical, sin grandes aspiraciones, pero con ganas de reivindicarse, mientras la rutina sigue en los hospitales, esa esfera tan pegajosa, exigente, endogámica y secuestradora de horas. El cuarteto disfruta de su profesión y encuentra en el indie la “vía de escape”, afirma Valín, para dejar de hablar del trabajo y reencontrarse con “la realidad de fuera del hospital”.
Mike celebra que la aventura le permite mejorar en la necesaria gestión médica del trabajo en equipo gracias al “juego de roles” de las bandas musicales y sanitarias. Su hermano aplaude que abrirse al público y al espectador contribuye a capear “los nervios del primer trato con el paciente” y Álvarez remacha: “Me ayuda a no fliparme con la cirugía, en mi mundo los cirujanos dedican su vida a ello, hay muchos egos o desprecian a otras profesiones”.
Este especialista incide en que esta elección genera recelos en ambos frentes: los artistas creen que las buenas condiciones económicas de los galenos les facilitan el proceso, sin considerar el agotamiento de las guardias y la complejidad de practicar en horarios comunes, y algunos facultativos reniegan de quienes no entregan su alma a los cursos, manuales y demás grilletes. El baterista relativiza: “Esto es como el que sale a correr”. El vocalista destaca que “es ideal para gestionar egos, la gente idolatra lo que no sabe hacer”. Por tanto, hay quienes loan sus aptitudes artísticas y quienes ensalzan la capacidad de atender al paciente. “La mayoría de los grupos medianos están pluriempleados, yo soy feliz pasando mi consulta”, añade Valín.
Álvarez, por las particularidades de su tarea, cree que Annapurna y quirófano se benefician mutuamente de sus progresos manuales, pero sí tiene que volcarse para contentar a sus superiores y que le permitan dirigir la operación. Sus compañeros, si enfadan al jefe, pueden recibir una regañina, pero no hay hospital donde se pueda prescindir de que un doctor vea a decenas de personas al día; en cirugía sí se elige en quién confiar por criterios únicamente personales para trabajar sobre el corazón: “Intento no hablar mucho de Annapurna y restarle importancia”.
El grupo fantasea sobre qué hacer si en el futuro esta andadura trae verdadero éxito. Mike evoca esa buhardilla para admitir que siempre ha soñado con darle dedicación completa a la creatividad. Su hermano zanja: “Lo dejaría todo por la música”. Álvarez, cirujano satisfecho, dudaría más. Valín matiza que no es lo mismo ejercer en los colosales hospitales capitalinos que en consultas medianas donde optar a más vida y girar los fines de semana. El debate se diluye y apunta al siguiente examen: concierto en Madrid, el viernes 27 de junio, en la Sala B, un garito de la calle de Trafalgar, donde dispensar unas píldoras de indie y recetar una buena noche.
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