Opinión de Jorge Francés. Opinión de Jorge Francés.
“Tú y yo éramos indestructibles”, dice una canción de La Habitación Roja. Y la vida nos fue comiendo a bocados. A los que fuimos adolescentes en los noventa nos ha sucedido lo mismo que le está ocurriendo a España ahora que se cumple el primer cuarto de siglo XXI. Somos hijos de aquel país burbuja y locomotora que nos prometió el éxito, cuantificado primero en pesetas y luego en euros.
Aquel país que desde las Olimpiadas y la Expo del 92 fascinaba al mundo con su rápido avance económico, tecnológico y de nuevas infraestructuras que competían con los que pocas décadas antes mirábamos desde el R5. A nuestra generación todavía nos espoleaba el aliento de unos padres que apostaron por la libertad desde la concordia, con un hambre de progreso democrático insaciable con tal de no volver a la oscura dictadura.
Según la España democrática maduraba, y conseguía borrar una brecha de medio siglo con el resto de Europa, empezamos a pensar que todo esto sería para siempre. Que el Estado del Bienestar es un destino al que se llega. Que por seguir vistiendo camiseta y bermudas uno es joven pasados los cuarenta.
Pero hay un día, nadie sabría ponerle fecha, en que la realidad se impone. Como pasó desde antiguo y nos avisaban nuestros mayores. Y a uno le duele la espalda y empieza a entender que los excesos tienen un precio porque la salud se vuelve tan terriblemente frágil como imperturbable a los veinte.
Eso le está sucediendo a España. Que todo lo que construimos juntos durante las últimas décadas comienza a sufrir de obsolescencia programada por abandono. A casi nada le hemos cambiado ni una pieza.
Se nos empiezan a parar los trenes que nos fascinaron. Ahora AVEs cansados, que vuelan bajo con más de veinte años. Se hacen añicos las carreteras, las autovías de las que presumíamos cuando viajábamos al extranjero, que hemos ido manteniendo con parches. Descuidamos aeropuertos como los ricos que solo se comen las patas de las cigalas. Dejamos de contratar médicos y profesores, y ahora se nos jubilan por miles mientras se intenta contratar por cientos.
La última prueba es la más contundente de que el país se nos desmorona por desidia. La falta de inversiones en nuestra red energética ha llevado a una saturación que impide seguir creciendo. Aseguran los empresarios que aquí, en Castilla y León, hay grandes proyectos que no se pueden desarrollar por falta de potencia eléctrica. Incluso que algunas empresas han tenido que renunciar a expandir instalaciones porque la red no llega.
Hemos creado un Estado soberbio y una clase política sin futuro, acomodada en el cortoplacismo que paga sus salarios. Invertir en mantenimiento no da titulares pero habría evitado tener colapsadas venas y arterias.
Nosotros lo entendemos bien. Creímos aquello de que por tener estudios jamás podríamos ser pobres. Pensamos que el mundo solo se aprende una vez y de joven. Como España, éramos indestructibles. Hace tiempo.
elespanol – Castilla y León