<p><strong>Julia Wertz</strong> (Bahía de San Francisco, 1982) es una de las dibujantes de cómics más interesantes del panorama contemporáneo. En sus 20 años de carrera Wertz ha dibujado desde las bromas más idiotas hasta sus pulsiones más íntimas y se ha abierto en canal para sus lectores de todo el mundo. </p>
De estrella rutilante del underground a respetable dibujante de cómics que acude a ferias literarias: la antigua colaboradora de The New Yorker habla de Nueva York, de adicciones y de basura que es tesoro
Julia Wertz (Bahía de San Francisco, 1982) es una de las dibujantes de cómics más interesantes del panorama contemporáneo. En sus 20 años de carrera Wertz ha dibujado desde las bromas más idiotas hasta sus pulsiones más íntimas y se ha abierto en canal para sus lectores de todo el mundo.
Su último libro publicado en España, Los incorregibles (Errata Naturae, traducido por Regina López Muñoz) trata sobre su largo proceso de recuperación del alcoholismo. Pero Wertz es también una enamorada de Nueva York, a la que dedicó una serie de piezas en The New Yorker y un libro que es su particular crónica histórica de la ciudad, Barrios, bloques y basura (también publicado en España por Errata Naturae). Visitó Madrid por primera vez hace unos días con motivo de la Feria del Libro, que este año tenía como leitmotiv la Gran Manzana.
Tras este preámbulo, ¿por qué no arrancar nuestra charla hablando de ventosidades? El primer cómic publicado por Wertz fue Fart’s party, un título que bien puede llegar a condicionar una carrera: «Nunca hubo nada parecido a un plan ni pensé en mi futuro en términos de carrera. Fart’s party era solo una cosa divertida que enseñar a mis amigos. Quiero decir, es un cómic que se llama literalmente Fiesta de pedos, no creía que pudiera llegar muy lejos. Todo lo que ha pasado luego ha sido una agradable sorpresa».
Wertz pertenece a una generación de mujeres dibujantes convertidas en referente para otras artistas de cómic, pero ve su trabajo solo como un nuevo eslabón en esa cadena: «Julie Doucet es una de las principales razones por las que hago cómics. Su libro Mi diario de Nueva York cambió mi mundo. En los primeros 2000 todavía existía esa sensación de que el mundo de los cómics era algo parecido a un club para chicos. Todas las dibujantes que estamos en este gremio abrimos puertas para la siguiente generación. Hay muchas maneras de hacer cómics. Cada una tiene que encontrar la suya».
Su primer contacto con los cómics llegó tras una convalecencia por lupus: «Cuando estuve enferma me resultaba difícil leer y los cómics, con sus dibujos, me parecían más sencillos. Era muy interesante interpretar los dibujos, combinarlos con el texto. Luego descubres que todavía hay gente a quien le resulta difícil leerlos, que los encuentra confusos. Siguen siendo esa cosa rara que mezcla ilustración y textos que parece no importar a nadie, así que puedes hacer lo que quieras», cuenta, y añade, divertida: «A tus amigos sí les importan cuando hablas de ellos, eso sí».
En Drinking at the movies (no publicado todavía en España), Wertz encuentra un tono y un estilo que la acompañará durante toda su obra, a medio camino entre la memoria y la comedia: «Puede ser», concede, «pero mi humor es algo más, cómo decirlo, tontorrón. Nada intelectual. Otro aspecto que diferencia el humor de los cómics con el de los cómicos de escenario es que el cómico repite su rutina una y otra y otra vez. En los cómics haces la broma y ya está hecha, pasas a otra cosa».
La historieta es un terreno fértil para la autobiografía, así que era natural que Wertz encontrara en ella el medio artístico adecuado para su trabajo: «Es un proceso de memoria. Piensas en algo que ocurrió de determinada manera y, cuando pasa el tiempo, piensas que a lo mejor no fue tal y como lo recordabas. También ocurre que una anécdota puede funcionar para una historia en concreto y no para la que estás contando en ese momento, así que la guardo para contarla más adelante», resume.
El paso del tiempo es fundamental en un proceso de rehabilitación. En Los incorregibles, Wertz detalla de manera minuciosa sus períodos de abstinencia y recaídas, casi resulta un diario: «Suelo apuntar muchas cosas, dibujar bocetos y tengo buena memoria. Pero el proceso de Los incorregibles fue muy doloroso porque me puse a dibujar y, cuando ya tenía alrededor de 100 páginas, me di cuenta de que no funcionaba. No sabía dónde iba la historia, el editor tampoco lo tenía claro, todo era muy repetitivo, pero es que estaba inmersa en la rehabilitación y aquello era lo que me salía», rememora. «No es trabajo estéril porque luego aprovechas cosas, efectivamente fue mi diario, pero de aquellas páginas se habrán salvado unas cinco para la configuración final de la obra. El libro terminó muchos años después de lo que había empezado».
Hay mucho de terapia en las detalladas ilustraciones de Nueva York que Wertz incluye en sus cómics. «Es que no me gusta dibujar gente. ¡Hacen muchos gestos y se mueven!», alega. «Pero amo los edificios, sus líneas rectas, sus pequeñas ventanas… Sí, puede que cuando dibuje edificios lo haga en un estado parecido a la meditación. Me gustan mucho las ciudades, adoro Nueva York, ahora vivo en un pueblo pequeño y verdaderamente la echo de menos. Lo que pasa es que cada vez es más difícil vivir en la gran ciudad, puede que seamos la última generación que haya vivido con alquileres baratos allí».
Buena parte de su proceso de recuperación se apuntaló en sus exploraciones urbanas a lugares abandonados: «Sigo haciéndolas, pero son algo peligroso y me he puesto en riesgo de muerte alguna que otra vez, así que he parado un poco, no quiero ser irresponsable. Me gustaría hacer un libro sobre mis exploraciones alguna vez, me gusta mucho la historia. Y claro que ayudaron a mi recuperación. Encontrar tesoros en la basura era algo estimulante y excitante».
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