Kelly Reichardt: «Cuando sucedió el Watergate, los políticos lloraban de vergüenza. Ahora nadie se escandaliza por nada. Da igual todo»

<p>Dice <strong>Kelly Reichardt (Miami, 1964)</strong> que los robos siempre le fascinaron. En verdad, no dice nada que no sintamos todos y que no hayamos redescubierto todos como pasión recientemente gracias a una escalera montacargas y unas cuantas joyas de Napoleón. Los franceses siempre marcando tendencia. «En verdad, lo que me atrae no es tanto los robos en general como los robos de arte. Recuerdo que durante la promoción de mi anterior película me tropecé con la historia de los años 70 de unas chicas adolescentes que se vieron involucradas en un atraco en Worcester, Massachusetts. Yo estudié ahí mismo. Por otro lado, siento una pasión casi irracional por los cuadros del pintor Arthur Dove, uno de los primeros artistas abstractos del arte americano y pensé… ¿por qué no? Mi casa es muy pequeña y no cabrían los cuadros, pero el cine a veces sirve para hacer realidad sueños delictivos sin tener que visitar la cárcel».</p>

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 La directora e icono del cine independiente estrena The Mastermind, una de atracos  

Dice Kelly Reichardt (Miami, 1964) que los robos siempre le fascinaron. En verdad, no dice nada que no sintamos todos y que no hayamos redescubierto todos como pasión recientemente gracias a una escalera montacargas y unas cuantas joyas de Napoleón. Los franceses siempre marcando tendencia. «En verdad, lo que me atrae no es tanto los robos en general como los robos de arte. Recuerdo que durante la promoción de mi anterior película me tropecé con la historia de los años 70 de unas chicas adolescentes que se vieron involucradas en un atraco en Worcester, Massachusetts. Yo estudié ahí mismo. Por otro lado, siento una pasión casi irracional por los cuadros del pintor Arthur Dove, uno de los primeros artistas abstractos del arte americano y pensé… ¿por qué no? Mi casa es muy pequeña y no cabrían los cuadros, pero el cine a veces sirve para hacer realidad sueños delictivos sin tener que visitar la cárcel».

La directora Kelly Reichardt habla de su última película The Mastermind. Lo hace en el Festival de Cannes allá por el mes de mayo. Es decir, lo del Louvre, de momento, no es más que probablemente un plan que unos tipos aún sin identificar están madurando. La cinta, para situarnos, es una genuina heist movie o película de atracos perfectos, pero, como no podía ser de otro modo en la filmografía siempre sorprendente y siempre sabia de la directora, del revés. Todo sucede en unos años 70 que recuerdan a películas de los años 70 como Fat city, ciudad dorada, pero con un barniz europeo Nouvelle Vague que lo mismo nos lleva a Crónica negra, de Jean-Pierre Melville, que al cine existencialista de Monte Hellman. Por su parte, el protagonista, Josh O’Connor da la perfecta medida en esa galería de perfectos perdedores compuesta por gente como Bruce Dern, Warren Oates o Elliot Gould. «Ya sabes, personas lo suficientemente inteligentes como para meterse en problemas, pero no necesariamente lo suficientemente listos como para salir de ellos», dice la directora por aquello de establecer las coordenadas. The Mastermind discurre en una época en la que robar cuadros en los museos (ahora sabemos que todavía se podía) era aún posible. Hablamos de finales de los 60 y principios de los 70; es decir, hablamos de un tiempo donde tantas cosas, además de los golpes a las galerías de arte sin tantas cámaras de seguridad, eran aún factibles.

«Sinceramente», inicia la directora, «mi idea no era hacer una película política. Todas lo son, pero en este caso, la motivación principal era más de índole estética. Me intrigaba ser capaz de acercarme o reproducir un ambiente muy particular tan cercano a nuestra sensibilidad hoy como, al mismo tiempo, completamente extraño… Pero la política se coló porque, probablemente, todo sea política. Todo ha cambiado a peor. Sabíamos que eso iba a ocurrir. ¿Pero tan rápido? Miras a la gente del Tribunal Supremo en mi país y la sensación que tienes es que ya nada tiene remedio, que este régimen es para siempre». Pausa. «Si piensas, por ejemplo, en el caso Watergate, que es señalado como el momento en el que se perdió la inocencia, hay que recordar que la clase política lloraba de vergüenza. Había una sensación generalizada de culpa. Hoy, cualquier joven que se cree medianamente informado, es posible que piense que fue todo un montaje, que ni siquiera existió. Que aquello haya ocurrido parece difícil de explicar hoy. Y después de aquello, hemos asistido a lo que Irán, Irak, Afganistán, la crisis, los rescates a los bancos… Y mientras sucedía todo esto, Estados Unidos ha estado bombardeando países que cualquiera no entrenado no sabría localizar en un mapa y enviando armas con un cinismo total, con una aceptación generalizada de lo corrupto». Otra pausa. «Mirado desde otro punto de vista, quizá sea esta actitud tan cínica lo más honesto. Las mentiras son tan evidentes que para qué molestarse en refutarlas. Soy profesora en la universidad y muchas veces pienso que es una batalla perdida, que ya es imposible convencer a nadie de nada. Quizá durante la primera presidencia de Donald Trump se asistió a un cierto renacer de la crítica y la protesta, pero solo quizá. Para muchos, Trump es la única referencia que tienen de un presidente y de un político activo».

¿Se diría por lo que dice que pocas películas tan conscientemente políticas como la suya?
No, imagino que es la realidad la que se acaba colando en lo que haces lo quieras o no. En The Mastermind me enfoqué en un personaje que no tiene miedo de ser reclutado, pero que al mismo tiempo va destruyendo su mundo personal. No se siente parte de algo más grande, simplemente es así. Es la tensión entre individuo y sociedad lo que más me interesa. Al principio de la película aparecen estudiantes protestando contra el silencio de las universidades. Eso estaba en el guion antes de que pasara en la realidad. En ese sentido, sí es cierto que la película resuena en el presente y anima a hablar de la política actual, pero nunca fue la intención inicial.

En efecto, se diría que la directora lo ha vuelto hacer en su empeño de desarmar géneros, de dar la vuelta al argumentario del cine que habita. Tanto en Meek’s Cutoff como en First Cow se trataba de leer del contrario las claves del mismísimo western, el género fundacional del cinematógrafo. Y en ambos casos, lo que surgía de la pantalla eran sendos relatos tan originales como furiosos, a la vez desconcertantes y perfectamente reconocibles, y con una evidente carga de profundidad. De golpe, el western era lo contrario de lo habitual, es decir, lo opuesto a un lugar esencial y existencialmente violento; lo que refuta un sitio de dominio y humillación donde el hombre (siempre él) conquista lo que extermina y solo comprende lo que aniquila.

Ahora, el juego especular de inversiones se traslada al territorio de cintas míticas que van de Thomas Crown a El golpe, pasando por Rififí, de Jules Dassin, o la perfecta Atraco perfecto, de Kubrick. Ahora, nuestro hombre muestra en todo su esplendor lo perfectamente inútil que puede llegar a ser. De eso se trata. De repente, el héroe en el que cree Reichardt es exactamente lo contrario de todo, de todos y hasta de sí mismo. El atracador deshabitado, podría llamarse. La directora planifica con infinito cuidado uno a uno todos los callejones sin salida en los que se verá su personaje y lo hace con una tan esmerada como convincente recreación de época. Gusta el tono de desesperación como enamora esa sensación de vacío que preside todo. La idea no es otra que sustituir el frenesí por la quietud, el heroísmo por la fatalidad y la fiebre del momento por el simple cansancio.

«Al final, filmar una historia en 1970 es una manera de preguntarse cómo llegamos hasta acá. Pero yo no sé cómo responder. Estoy confundida con la época actual. Incluso recuerdo que hace tres años, en Cannes, me despedí diciendo: «Ojalá nos veamos en días mejores». Hoy me parece ingenuo. Y después Gaza, Biden, Trump… Es imposible entender el presente. La película no da respuestas, solo refleja un fragmento, una mirada parcial y recortada de los Estados Unidos», dice con una sonrisa entre desesperada y solo agónica. Exactamente la misma sonrisa que muestra el protagonista de su película en cada fotograma.

Quizá por todo lo anterior, Kelly Reichardt se haya decidido a hacer una película de robos, el menos dañino de todos los crímenes que nos rodean. Al fin y al cabo, el cine es un arte de robos. No en balde, lo primero que representó el cine fue, en efecto, un atraco: Asalto y robo de un tren, de Edwin S. Porter, data de 1903. Y de hecho, ya uno de sus primeros personajes, Wendy, robaba. Robaba comida para perros en Wendy y Lucy, que no bancos ni museos de arte, pero robaba. En The Mastermind, dos pasos más adelante, el robo ya no una circunstancia añadida con la que acorralar a un personaje ya de por sí acosado, sino el propio argumento y sentido de todo.

El último Oscar lo ganó un director como Sean Baker, ¿quiere eso decir que estamos ante el gran asalto del cine independiente?
No creo. Para ganar un premio como ése tienes que pasar ocho meses de tu vida detrás de él sin hacer nada más. Me alegro por él, pero yo no sería capaz. Doy clases, me gusta mi trabajo… Eso sí sería un auténtico robo de tiempo…

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