La Casa Blanca de Trump: una demolición que sacude EE.UU.

Si las paredes de la Casa Blanca hablaran… Contarían historias de puros y vestidos manchados en las correrías de Bill Clinton con Monica Lewinsky, de la maraña corrupta en la que se metió Richard Nixon en ‘Watergate’, de la interminable sucesión de cuernos que John Fitzgerald Kennedy colocó a Jackie, del fantasma de Abraham Lincoln que todavía se aparece por los pasillos, de la juerga caótica con la que Andrew Jackson celebró su llegada a la residencia presidencial a comienzos del siglo XIX.Pero si las paredes de la Casa Blanca de verdad hablaran, esta semana estarían chillando de dolor. Desde el lunes, grúas y excavadoras han tumbado muros, arrancado columnas, pulverizado tabiques del Ala Este de la Casa Blanca.El pueblo estadounidense asistió conmocionado al espectáculo de ver reducida esa parte de la ‘casa del pueblo’ (‘The People’s House’, la llaman) en un amasijo de escombro, vigas y pladur. La demolición tiene la firma de alguien que fue en su día magnate del ladrillo y que ahora tiene las llaves de la Casa Blanca: Donald Trump.El presidente de EE.UU. va a convertir el solar que es ya el Ala Este en una salón de baile suntuoso , un espacio versallesco donde celebrar cenas de estado, recepciones oficiales y eventos importantes. Para algunos, es un capricho de un presidente megalómano, ansioso por dejar huella para siempre en la casa de todos. Para otros, es una necesidad imperiosa, en una Casa Blanca con escasez de espacios amplios para las grandes ocasiones.Noticia Relacionada Remodelación de la Casa Blanca estandar No El nuevo Salón de Baile de Trump ya tiene patrocinador Rosalía Sánchez El Presidente de los Estados Unidos ha demolido el ala este de la Casa Blanca y ha prometido no gastar un solo dólar en hacer su nueva y lujosa salaTodos los presidentes han buscado adaptar la Casa Blanca a sus gustos y necesidades. Barack Obama adaptó la pista de tenis y la convirtió en una de baloncesto, que acogía las pachangas más exclusivas del país. Ronald Reagan quitó los paneles solares que instaló Jimmy Carter. Gerald Ford se regaló una piscina exterior en la que todavía se puede broncear Melania Trump. Nixon instaló una bolera . Franklin D. Roosevelt, una piscina interior para sus tratamientos de la polio. Thomas Jefferson construyó una cava para sus vinos en la Casa Blanca original, la que quemaron los británicos en la guerra de 1812.Lo de Trump va mucho más allá. La demolición del Ala Este y el levantamiento de su salón de baile es la mayor alteración desde principios del siglo XX, cuando Theodore Roosevelt expandió la residencia presidencial y añadió el actual Ala Oeste, la zona ejecutiva, donde están las oficinas del presidente, incluido el Despacho Oval.Salón de baile faraónicoLos planes de Trump ahora encajan con su personalidad: un edificio de más de 8.300 metros cuadrados, que empequeñecerá al edificio principal -la imagen icónica de la Casa Blanca con sus dos pórticos, norte y sur, uno con frontón partido, otro semicircular- y al Ala Oeste. Se espera que tenga capacidad para acoger recepciones de hasta mil personas. El coste inicial era de 200 millones de dólares. Ya se ha corregido hasta los 300 millones. Trump dice que todo será pagado por la generosidad de «donantes patrióticos».Los diseños de los interiores responden al gusto de Trump por la opulencia y lo dorado, que conoce bien cualquiera que haya visto la decoración de su apartamento en la Torre Trump de la Quinta Avenida de Nueva York, una fantasía rococó. El resultado apunta a un cruce entre María Antonieta y un casino de Las Vegas.Para Trump, el dorado es la estética del poder, del éxito. La creación de ese salón de baile se une a la renovación del Despacho Oval y otras estancias de la Casa Blanca, que han sufrido un baño de pan de oro. El multimillonario neoyorquino prometió devolver a EE.UU. a una ‘era dorada’ y esta es su materialización en el patrimonio del país. Además, en otra decisión que causó conmoción, este verano cubrió el célebre jardín de las rosas con una capa de cemento para tener un patio y hacer recepciones cuando hace buen tiempo. Lo ha llamado ‘Rose Garden Club’ y ha colocado sombrillas veraniegas, como si fuera una extensión del patio de Mar-a-Lago, su mansión en la costa de Florida.Salón de baile para un millar de invitados La nueva Ala Este albergará un suntuoso salón al estilo del de Mar-a-Lago, la residencia de Trump en Florida. En 1950, bajo el mandato de Harry S. Truman, se llevó a cabo una profunda reforma del interior de la sede presidencial.Como era de esperar, las críticas contra el proyecto en el Ala Este se han amontonado. Los demócratas están furiosos porque el presidente más polarizante -y, para ellos, peligroso y nocivo- del EE.UU. contemporáneo va a dejar una marca para siempre en la casa de todos. «No es su casa. Es tu casa. Y la está destruyendo», escribió en redes sociales Hillary Clinton, la primera gran víctima de la entrada arrolladora de Trump en política en 2016.Pero también han puesto el grito en el cielo las asociaciones de historiadores, arquitectos y expertos en preservación de patrimonio. Dicen que las renovaciones y expansiones forman parte de la naturaleza de la Casa Blanca. Pero que un proyecto con tanto impacto en un edificio principal del patrimonio histórico de EE,UU. «debe producirse tras un proceso de diseño y revisión riguroso y deliberado».Todo lo contrario. El ímpetu de las excavadoras, la violencia de los taladros gigantes contra la fachada blanca, los techos escachados, la nube de polvo de roca cogieron a muchos por sorpresa. Y convirtieron a la demolición en un símbolo. Para los críticos, el de una presidencia rupturista, que pone en riesgo el equilibrio de poderes con ambiciones autoritarias, que sacude los cimientos de la democracia más vieja y estable del mundo, con la firma de un presidente que podría buscar incumplir la Constitución e instalarse para siempre en la Casa Blanca. Para los trumpistas, representa la recuperación del poderío de un país que ha perdido empuje, la traslación a la Casa Blanca del lema MAGA, ‘Make America Great Again’, ‘Hacer a EE.UU. grande otra vez’. Si las paredes de la Casa Blanca hablaran… Contarían historias de puros y vestidos manchados en las correrías de Bill Clinton con Monica Lewinsky, de la maraña corrupta en la que se metió Richard Nixon en ‘Watergate’, de la interminable sucesión de cuernos que John Fitzgerald Kennedy colocó a Jackie, del fantasma de Abraham Lincoln que todavía se aparece por los pasillos, de la juerga caótica con la que Andrew Jackson celebró su llegada a la residencia presidencial a comienzos del siglo XIX.Pero si las paredes de la Casa Blanca de verdad hablaran, esta semana estarían chillando de dolor. Desde el lunes, grúas y excavadoras han tumbado muros, arrancado columnas, pulverizado tabiques del Ala Este de la Casa Blanca.El pueblo estadounidense asistió conmocionado al espectáculo de ver reducida esa parte de la ‘casa del pueblo’ (‘The People’s House’, la llaman) en un amasijo de escombro, vigas y pladur. La demolición tiene la firma de alguien que fue en su día magnate del ladrillo y que ahora tiene las llaves de la Casa Blanca: Donald Trump.El presidente de EE.UU. va a convertir el solar que es ya el Ala Este en una salón de baile suntuoso , un espacio versallesco donde celebrar cenas de estado, recepciones oficiales y eventos importantes. Para algunos, es un capricho de un presidente megalómano, ansioso por dejar huella para siempre en la casa de todos. Para otros, es una necesidad imperiosa, en una Casa Blanca con escasez de espacios amplios para las grandes ocasiones.Noticia Relacionada Remodelación de la Casa Blanca estandar No El nuevo Salón de Baile de Trump ya tiene patrocinador Rosalía Sánchez El Presidente de los Estados Unidos ha demolido el ala este de la Casa Blanca y ha prometido no gastar un solo dólar en hacer su nueva y lujosa salaTodos los presidentes han buscado adaptar la Casa Blanca a sus gustos y necesidades. Barack Obama adaptó la pista de tenis y la convirtió en una de baloncesto, que acogía las pachangas más exclusivas del país. Ronald Reagan quitó los paneles solares que instaló Jimmy Carter. Gerald Ford se regaló una piscina exterior en la que todavía se puede broncear Melania Trump. Nixon instaló una bolera . Franklin D. Roosevelt, una piscina interior para sus tratamientos de la polio. Thomas Jefferson construyó una cava para sus vinos en la Casa Blanca original, la que quemaron los británicos en la guerra de 1812.Lo de Trump va mucho más allá. La demolición del Ala Este y el levantamiento de su salón de baile es la mayor alteración desde principios del siglo XX, cuando Theodore Roosevelt expandió la residencia presidencial y añadió el actual Ala Oeste, la zona ejecutiva, donde están las oficinas del presidente, incluido el Despacho Oval.Salón de baile faraónicoLos planes de Trump ahora encajan con su personalidad: un edificio de más de 8.300 metros cuadrados, que empequeñecerá al edificio principal -la imagen icónica de la Casa Blanca con sus dos pórticos, norte y sur, uno con frontón partido, otro semicircular- y al Ala Oeste. Se espera que tenga capacidad para acoger recepciones de hasta mil personas. El coste inicial era de 200 millones de dólares. Ya se ha corregido hasta los 300 millones. Trump dice que todo será pagado por la generosidad de «donantes patrióticos».Los diseños de los interiores responden al gusto de Trump por la opulencia y lo dorado, que conoce bien cualquiera que haya visto la decoración de su apartamento en la Torre Trump de la Quinta Avenida de Nueva York, una fantasía rococó. El resultado apunta a un cruce entre María Antonieta y un casino de Las Vegas.Para Trump, el dorado es la estética del poder, del éxito. La creación de ese salón de baile se une a la renovación del Despacho Oval y otras estancias de la Casa Blanca, que han sufrido un baño de pan de oro. El multimillonario neoyorquino prometió devolver a EE.UU. a una ‘era dorada’ y esta es su materialización en el patrimonio del país. Además, en otra decisión que causó conmoción, este verano cubrió el célebre jardín de las rosas con una capa de cemento para tener un patio y hacer recepciones cuando hace buen tiempo. Lo ha llamado ‘Rose Garden Club’ y ha colocado sombrillas veraniegas, como si fuera una extensión del patio de Mar-a-Lago, su mansión en la costa de Florida.Salón de baile para un millar de invitados La nueva Ala Este albergará un suntuoso salón al estilo del de Mar-a-Lago, la residencia de Trump en Florida. En 1950, bajo el mandato de Harry S. Truman, se llevó a cabo una profunda reforma del interior de la sede presidencial.Como era de esperar, las críticas contra el proyecto en el Ala Este se han amontonado. Los demócratas están furiosos porque el presidente más polarizante -y, para ellos, peligroso y nocivo- del EE.UU. contemporáneo va a dejar una marca para siempre en la casa de todos. «No es su casa. Es tu casa. Y la está destruyendo», escribió en redes sociales Hillary Clinton, la primera gran víctima de la entrada arrolladora de Trump en política en 2016.Pero también han puesto el grito en el cielo las asociaciones de historiadores, arquitectos y expertos en preservación de patrimonio. Dicen que las renovaciones y expansiones forman parte de la naturaleza de la Casa Blanca. Pero que un proyecto con tanto impacto en un edificio principal del patrimonio histórico de EE,UU. «debe producirse tras un proceso de diseño y revisión riguroso y deliberado».Todo lo contrario. El ímpetu de las excavadoras, la violencia de los taladros gigantes contra la fachada blanca, los techos escachados, la nube de polvo de roca cogieron a muchos por sorpresa. Y convirtieron a la demolición en un símbolo. Para los críticos, el de una presidencia rupturista, que pone en riesgo el equilibrio de poderes con ambiciones autoritarias, que sacude los cimientos de la democracia más vieja y estable del mundo, con la firma de un presidente que podría buscar incumplir la Constitución e instalarse para siempre en la Casa Blanca. Para los trumpistas, representa la recuperación del poderío de un país que ha perdido empuje, la traslación a la Casa Blanca del lema MAGA, ‘Make America Great Again’, ‘Hacer a EE.UU. grande otra vez’.  

Si las paredes de la Casa Blanca hablaran… Contarían historias de puros y vestidos manchados en las correrías de Bill Clinton con Monica Lewinsky, de la maraña corrupta en la que se metió Richard Nixon en ‘Watergate’, de la interminable sucesión de cuernos … que John Fitzgerald Kennedy colocó a Jackie, del fantasma de Abraham Lincoln que todavía se aparece por los pasillos, de la juerga caótica con la que Andrew Jackson celebró su llegada a la residencia presidencial a comienzos del siglo XIX.

Pero si las paredes de la Casa Blanca de verdad hablaran, esta semana estarían chillando de dolor. Desde el lunes, grúas y excavadoras han tumbado muros, arrancado columnas, pulverizado tabiques del Ala Este de la Casa Blanca.

El pueblo estadounidense asistió conmocionado al espectáculo de ver reducida esa parte de la ‘casa del pueblo’ (‘The People’s House’, la llaman) en un amasijo de escombro, vigas y pladur. La demolición tiene la firma de alguien que fue en su día magnate del ladrillo y que ahora tiene las llaves de la Casa Blanca: Donald Trump.

El presidente de EE.UU. va a convertir el solar que es ya el Ala Este en una salón de baile suntuoso, un espacio versallesco donde celebrar cenas de estado, recepciones oficiales y eventos importantes. Para algunos, es un capricho de un presidente megalómano, ansioso por dejar huella para siempre en la casa de todos. Para otros, es una necesidad imperiosa, en una Casa Blanca con escasez de espacios amplios para las grandes ocasiones.

Todos los presidentes han buscado adaptar la Casa Blanca a sus gustos y necesidades. Barack Obama adaptó la pista de tenis y la convirtió en una de baloncesto, que acogía las pachangas más exclusivas del país. Ronald Reagan quitó los paneles solares que instaló Jimmy Carter. Gerald Ford se regaló una piscina exterior en la que todavía se puede broncear Melania Trump. Nixon instaló una bolera. Franklin D. Roosevelt, una piscina interior para sus tratamientos de la polio. Thomas Jefferson construyó una cava para sus vinos en la Casa Blanca original, la que quemaron los británicos en la guerra de 1812.

Lo de Trump va mucho más allá. La demolición del Ala Este y el levantamiento de su salón de baile es la mayor alteración desde principios del siglo XX, cuando Theodore Roosevelt expandió la residencia presidencial y añadió el actual Ala Oeste, la zona ejecutiva, donde están las oficinas del presidente, incluido el Despacho Oval.

Salón de baile faraónico

Los planes de Trump ahora encajan con su personalidad: un edificio de más de 8.300 metros cuadrados, que empequeñecerá al edificio principal -la imagen icónica de la Casa Blanca con sus dos pórticos, norte y sur, uno con frontón partido, otro semicircular- y al Ala Oeste. Se espera que tenga capacidad para acoger recepciones de hasta mil personas. El coste inicial era de 200 millones de dólares. Ya se ha corregido hasta los 300 millones. Trump dice que todo será pagado por la generosidad de «donantes patrióticos».

Los diseños de los interiores responden al gusto de Trump por la opulencia y lo dorado, que conoce bien cualquiera que haya visto la decoración de su apartamento en la Torre Trump de la Quinta Avenida de Nueva York, una fantasía rococó. El resultado apunta a un cruce entre María Antonieta y un casino de Las Vegas.

Para Trump, el dorado es la estética del poder, del éxito. La creación de ese salón de baile se une a la renovación del Despacho Oval y otras estancias de la Casa Blanca, que han sufrido un baño de pan de oro. El multimillonario neoyorquino prometió devolver a EE.UU. a una ‘era dorada’ y esta es su materialización en el patrimonio del país. Además, en otra decisión que causó conmoción, este verano cubrió el célebre jardín de las rosas con una capa de cemento para tener un patio y hacer recepciones cuando hace buen tiempo. Lo ha llamado ‘Rose Garden Club’ y ha colocado sombrillas veraniegas, como si fuera una extensión del patio de Mar-a-Lago, su mansión en la costa de Florida.

Imagen principal - La nueva Ala Este albergará un suntuoso salón al estilo del de Mar-a-Lago, la residencia de Trump en Florida. En 1950, bajo el mandato de Harry S. Truman, se llevó a cabo una profunda reforma del interior de la sede presidencial.
Imagen secundaria 1 - La nueva Ala Este albergará un suntuoso salón al estilo del de Mar-a-Lago, la residencia de Trump en Florida. En 1950, bajo el mandato de Harry S. Truman, se llevó a cabo una profunda reforma del interior de la sede presidencial.
Imagen secundaria 2 - La nueva Ala Este albergará un suntuoso salón al estilo del de Mar-a-Lago, la residencia de Trump en Florida. En 1950, bajo el mandato de Harry S. Truman, se llevó a cabo una profunda reforma del interior de la sede presidencial.
Salón de baile para un millar de invitados
La nueva Ala Este albergará un suntuoso salón al estilo del de Mar-a-Lago, la residencia de Trump en Florida. En 1950, bajo el mandato de Harry S. Truman, se llevó a cabo una profunda reforma del interior de la sede presidencial.

Como era de esperar, las críticas contra el proyecto en el Ala Este se han amontonado. Los demócratas están furiosos porque el presidente más polarizante -y, para ellos, peligroso y nocivo- del EE.UU. contemporáneo va a dejar una marca para siempre en la casa de todos. «No es su casa. Es tu casa. Y la está destruyendo», escribió en redes sociales Hillary Clinton, la primera gran víctima de la entrada arrolladora de Trump en política en 2016.

Pero también han puesto el grito en el cielo las asociaciones de historiadores, arquitectos y expertos en preservación de patrimonio. Dicen que las renovaciones y expansiones forman parte de la naturaleza de la Casa Blanca. Pero que un proyecto con tanto impacto en un edificio principal del patrimonio histórico de EE,UU. «debe producirse tras un proceso de diseño y revisión riguroso y deliberado».

Todo lo contrario. El ímpetu de las excavadoras, la violencia de los taladros gigantes contra la fachada blanca, los techos escachados, la nube de polvo de roca cogieron a muchos por sorpresa. Y convirtieron a la demolición en un símbolo. Para los críticos, el de una presidencia rupturista, que pone en riesgo el equilibrio de poderes con ambiciones autoritarias, que sacude los cimientos de la democracia más vieja y estable del mundo, con la firma de un presidente que podría buscar incumplir la Constitución e instalarse para siempre en la Casa Blanca. Para los trumpistas, representa la recuperación del poderío de un país que ha perdido empuje, la traslación a la Casa Blanca del lema MAGA, ‘Make America Great Again’, ‘Hacer a EE.UU. grande otra vez’.

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