La corrupción no se combate dimitiendo, sino actuando

Cada vez que la política atraviesa una crisis —y más aún cuando la erosión viene desde dentro—, reaparecen voces que claman por soluciones drásticas: elecciones anticipadas, moción de confianza, cambio de liderazgo. Esta vez, los casos de presunta corrupción que salpican a antiguos dirigentes socialistas como Ábalos o Santos Cerdán han vuelto a reabrir ese debate. Y como ha ocurrido tantas veces en la historia democrática reciente, vuelve la pregunta: ¿debe el presidente Pedro Sánchez dar un paso atrás? ¿Hay que ir a elecciones? ¿Debe plantear una moción de confianza?

Seguir leyendo

 No se puede responder con una crisis institucional a cada caso de corrupción individual. No cuando el partido reacciona con rapidez, expulsa a los implicados, colabora con la justicia y refuerza los controles  

Cada vez que la política atraviesa una crisis —y más aún cuando la erosión viene desde dentro—, reaparecen voces que claman por soluciones drásticas: elecciones anticipadas, moción de confianza, cambio de liderazgo. Esta vez, los casos de presunta corrupción que salpican a antiguos dirigentes socialistas como Ábalos o Santos Cerdán han vuelto a reabrir ese debate. Y como ha ocurrido tantas veces en la historia democrática reciente, vuelve la pregunta: ¿debe el presidente Pedro Sánchez dar un paso atrás? ¿Hay que ir a elecciones? ¿Debe plantear una moción de confianza?

Mi respuesta es clara: no. Ni elecciones anticipadas, ni rendiciones simbólicas. Lo que corresponde ahora no es dimitir, sino limpiar a fondo, reforzar el proyecto progresista y seguir gobernando. Porque rendirse ante la indignidad de unos pocos sería traicionar la esperanza de millones.

La presión mediática de estos días, amplificada por una oposición que hace tiempo abandonó cualquier noción de responsabilidad institucional, ha colocado a Pedro Sánchez en el centro de una tormenta moral. Pero conviene recordar que una dimisión —siendo un acto noble en muchos contextos— no siempre resuelve los problemas existentes. A menudo, en medio de una campaña coordinada de desgaste, se convierte en una victoria para quienes no buscan regeneración, sino derrocamiento.

Desde la derecha no se pide limpieza, se pide la cabeza. No por ética, sino por estrategia. La misma derecha que estuvo bloqueando cinco años la renovación del Poder Judicial se envuelve ahora en la bandera de la integridad. La misma que normalizó tramas de corrupción sistémica, ahora exige al Gobierno progresista disolverse por los presuntos delitos de tres individuos.

Pero no se puede responder con una crisis institucional a cada caso de corrupción individual. No cuando el propio partido reacciona con rapidez, expulsa a los implicados, colabora con la justicia y refuerza los controles internos. ¿Qué sentido tendría disolver un gobierno legítimo y eficaz porque un exasesor y dos exdirigentes hayan cometido presuntamente delitos a espaldas del Ejecutivo?

Tampoco lo es una moción de confianza. No faltan voces bienintencionadas que proponen esta vía como fórmula para recuperar el liderazgo o renovar la legitimidad ante el Parlamento. Pero más allá del gesto, ¿qué aportaría en la práctica? El Gobierno actual cuenta con una mayoría legítima y respaldada por la investidura. Ha aprobado reformas clave y mantiene un programa de progreso que está dando frutos.

Una moción de confianza solo tendría sentido si existiera una crisis de apoyos reales en el Congreso. Pero no es el caso. El Gobierno sigue legislando, sigue dialogando y sigue liderando. Forzar una moción ahora sería introducir un factor de inestabilidad gratuita, ofrecer un regalo a la oposición y desviar el foco de lo realmente urgente: reforzar la ética pública y cumplir los compromisos con la ciudadanía.

No se trata, por supuesto, de fingir que no ha pasado nada. Lo que ha ocurrido es muy grave. La actuación presuntamente delictiva de personas que ocuparon posiciones de confianza y responsabilidad es una traición imperdonable. Pero tampoco hay que hacer tabla rasa. El PSOE no es un partido corrupto. El Gobierno no es parte de la trama. Y Pedro Sánchez no está siendo cuestionado por su conducta personal, sino por haber confiado, como tantos otros, en quien no lo merecía.

El error ha sido confiar sin vigilancia suficiente, o no detectar a tiempo señales de alerta. Pero la respuesta ha sido ejemplar: expulsión inmediata, autocrítica pública, exigencia de responsabilidades y compromiso con la regeneración. Eso también es liderazgo político. Eso también es gobernar.

La ciudadanía está cansada de escándalos, pero también de maniobras partidistas, de tacticismo constante, de gobiernos que se paralizan al primer golpe. Lo que se espera ahora del Ejecutivo es claridad y acción. Y eso pasa por hacer limpieza a fondo dentro del partido y del entorno gubernamental, revisar todos los mecanismos de control y prevención, introducir las reformas organizativas que hagan falta… y seguir gobernando con la cabeza alta y las manos limpias.

No se puede abandonar la tarea de gobernar porque haya aparecido la corrupción. Al contrario: hay que combatirla desde el gobierno, no desde la resignación ni desde la retirada. Porque hay demasiadas cosas en juego: el salario mínimo, la transición energética, la ley de vivienda, la reforma del sistema de cuidados, los fondos europeos, la protección del estado del bienestar. ¿Vamos a dejarlo todo a medias porque unos cuantos traicionaron la confianza depositada en ellos?

Pedro Sánchez ha asumido el golpe con valentía. Ha pedido perdón, está actuando con firmeza y ha señalado el camino: no esconderse, sino hacer limpieza y seguir transformando el país. Esa es la actitud que debe prevalecer. No se trata de salvar un nombre o una legislatura. Se trata de proteger un proyecto político que ha demostrado en estos años que se puede gobernar desde la izquierda con eficacia, con ambición reformista y con responsabilidad institucional.

La mejor respuesta ante esta crisis no es dimitir. Ni cambiar de timón. Ni entregarse al ruido. La mejor respuesta es demostrar que la izquierda no tolera la corrupción, pero tampoco se deja vencer por ella. Que los logros no pueden quedar en manos de quienes hacen de la política un negocio. Que la dignidad se demuestra limpiando, no huyendo.

Porque no todos somos iguales. Y en eso, como en tantas otras cosas, este Gobierno debe seguir marcando la diferencia.

Miguel Soler es secretario de Educación de la ejecutiva del PSPV-PSOE

 Feed MRSS-S Noticias

Noticias Relacionadas