La OMS azuza el debate de la salud de los hombres: «Ha sido ampliamente ignorada, es una cuestión fundamental»

La brecha en la esperanza de vida entre hombres y mujeres se mantiene estable desde los años 50, con cinco años menos de media para ellos.
Más información: Los hombres, cada vez más sanos: su vida con salud crece el doble de rápido que la de las mujeres La brecha en la esperanza de vida entre hombres y mujeres se mantiene estable desde los años 50, con cinco años menos de media para ellos.
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‘Políticas de salud masculina: largamente aplazadas’ es el título de un texto que, a simple vista, parece buscar la polémica. Pero nada más lejos de la realidad.

Acaba de publicarse en el boletín de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y está escrito por Morna Cornell, epidemióloga con una extensa trayectoria en la gestión de la crisis del VIH en Sudáfrica.

La autora plantea que las políticas de salud pública dirigidas a los hombres brillan por su ausencia, cuando la población masculina presenta mayor riesgo de mortalidad general, suicidio o trastornos de salud mental, entre otros problemas.

Por ejemplo, en 2023 la esperanza de vida mundial se situaba en 71 años para los hombres y 76 para las mujeres, una diferencia que se mantiene desde los años cincuenta del siglo pasado.

La tasa de mortalidad global alcanzaba los 176 fallecimientos por cada 1.000 hombres, frente a 113 por cada 1.000 mujeres.

En España, los datos del INE recogen una esperanza de vida de 86,3 años para las mujeres y 81,1 años para los hombres.

No hay grandes diferencias, en nuestro país, en las tasas de mortalidad. Con todo, el 75% de los suicidios corresponde a hombres (la proporción es parecida en la mayoría de países) y el 82% de las víctimas en accidentes de tráfico también son varones.

Las diferencias son notorias, además, en cuanto a las muertes en accidentes laborales.

«Históricamente, la salud de los hombres ha sido ampliamente ignorada por las agencias internacionales de salud, sus financiadores y los programas nacionales», sostiene Cornell. Esta situación «ha sido descrita como un descuido sistemático».

Cornell lamenta el hecho de que este tipo de debates «se perciban como reforzadores del privilegio masculino», porque se tiende a ver a hombres y mujeres como «poblaciones que compiten entre sí, con los hombres, de algún modo, siendo menos merecedores de atención».

En los últimos años, algunos países han dado tímidos pasos para dirigir la mirada a los problemas no resueltos de los hombres.

Irlanda, Australia, Brasil, Irán, Malasia o Sudáfrica han formulado políticas dirigidas a problemas masculinos concretos, si bien la mayoría «no se han centrado lo suficiente en la vigilancia, carecen de objetivos específicos y alcanzables, y no marcan plazos para lograrlos«.

También ha habido avances en políticas concretas como la vacunación frente al virus del papiloma humano (VPH), tradicionalmente enfocada en mujeres.

Se había centrado en ellas porque el virus es el principal factor de riesgo para el desarrollo de cáncer de cuello de útero, pero no se tenía en cuenta que el VPH puede ser transmitido por los hombres a las mujeres por vía sexual.

Unos 40 países (entre ellos, España) ya han incluido a los niños en las recomendaciones de vacunación frente al virus, una medida recomendada por la Comisión Europea.

Pese a ello, una revisión de 37 documentos sobre políticas de salud sexual y reproductiva halló que solo cinco incluían objetivos específicos para los hombres.

«La salud de los hombres debe ser reconocida como un problema fundamental, no una consideración periférica», sostiene Cornell. Abordar las inequidades de género «es esencial para asegurar que nadie se quede atrás».

Más años, peor calidad de vida

Más allá de enfermedades específicas como el cáncer testicular, los hombres tienen una mayor prevalencia de ciertos tumores, desarrollan patologías cardíacas a edades más tempranas y presentan más riesgo de complicaciones por diabetes tipo 2, entre otras condiciones.

Lorenzo Armenteros, portavoz de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), se muestra crítico con el artículo pues, si bien es cierto que las mujeres viven más años, «lo hacen con peor calidad de vida que los hombres».

Aclara que «siempre ha habido un sesgo masculino en la medicina, sobre todo en la investigación, que ha tenido un enfoque tradicionalmente androcéntrico».

Con todo, apunta que las prácticas de riesgo son más frecuentes en los hombres, que además muestran menor adherencia a los tratamientos y «comunican menos, lo que dificulta que busquen ayuda o acudan a consulta en un determinado momento».

Estos factores, señala, pueden ser abordados mediante campañas específicas dirigidas a la población masculina. «Hay un margen de actuación, pero hace falta un análisis más profundo para verlo».

Detrás de estos problemas hay un concepto que se ha vuelto popular: el de la masculinidad tóxica. ¿Son los roles asociados al género masculino un problema para los propios hombres?

El psicólogo clínico Miguel Guerrero considera que sí. «La masculinidad es una construcción social, no algo biológico o innato en los hombres».

Se basa en normas de género «que se transmiten a través de la educación, la familia, los medios de comunicación y la sociedad en general, y que están íntimamente ligadas a factores culturales».

Aunque rechaza el término «tóxica», sí cree que ciertas normas culturales sobre la idea de ser hombre «pueden ser perjudiciales tanto para quienes las adoptan como para quienes los rodean«.

Este lastre cultural se manifiesta de muchas maneras: en comportamientos agresivos, en la limitada expresión emocional, en la forma de resolver conflictos interpersonales o en la dificultad para reconocer la vulnerabilidad y pedir ayuda.

Guerrero, especializado en conducta suicida, apunta que, si bien no se puede achacar a un solo factor el mayor número de suicidios en hombres, sí existe una asociación entre la masculinidad tradicional y la salud mental.

«La educación y los mandatos patriarcales imponen al varón la obligación de ser fuerte, autosuficiente y proveedor de recursos, limitando su capacidad para expresar vulnerabilidad o pedir ayuda».

Estos estereotipos de género han reforzado la idea de que el fracaso «es intolerable para un hombre, generando estrés, atrapamiento o desesperanza».

«Así, cuando nos enfrentamos al dolor físico, psíquico o social, a la humillación o vejación, nos sentimos injustamente tratados, abandonados o sufrimos abusos, el riesgo de suicidio se incrementa muy significativamente en los hombres».

Lorenzo Armenteros corrobora esa idea. «La masculinidad tóxica no es atacar a los hombres, sino hacer una crítica a determinadas normas sociales».

«Necesitamos una masculinidad positiva y saludable —continúa—, que se exprese en las emociones, que contemple una paternidad activa y que nos permita relacionarnos hombres y mujeres desde la igualdad y el respeto».

 elespanol – Salud

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