La ópera ‘Rusalka’, la sirenita checa, vuelve al Liceu con una pareja de lujo

La ópera Rusalka, de Dvorak, la triste historia de la sirenita checa, vuelve esta tarde al Liceu de mano de una pareja de lujo. La soprano lituana Asmil Grigorian y el tenor polaco Piotr Beczala encarnan juntos por primera vez los roles principales de esta bella obra, que contiene la sumblime ária Canción de la Luna y que se ha representado en el teatro de La Rambla con cuenta gotas. La función, con una duración de casi cuatro horas, estará en cartel seis días con la misma pareja de cantantes salvo en la función prevista en el programa entre generaciones que a precios populares.

El maestro Josep Pons se pondrá esta temporada por última vez al frente de la Gran Orquesta del Liceu para dirigir esta ópera que está fuera, dice, del gran repertorio pese a ser de las “más bonitas”. Victor García de Gomar, director artístico del Liceu, vaticinó el día de la presentación que las funciones de esta “bellísima” puesta en escena de Christof Loy, que combina simbolismo y modernidad, prometen ser “históricas”. Estrenada en Praga en 1901, Rusalka solo se ha cantado 13 veces en el Liceu, en 1924 y en 2013. No es fácil ponerla en cartel, entre otras razones, dicen, porque el libreto, en checo, limita el elenco.

Dvorak es conocido por sus sinfonías pero Pons le da la vuelta al calcetín y sostiene que su pasión era componer óperas y con sus retales escribirlas. Rusalka, una ópera del romanticismo checo, se inscribe en el momento de auge de las músicas nacionales y bebe de dos fuentes: una leyenda eslava sobre una ninfa de agua (Rusalka quiere decir eso en checo) y la sirenita de Hans Christian Andersen. “Se perciben las raices y las músicas populares. La producción es exquisita, fantástica”, apunta Pons.

La trama, muy parecida a la del cuento del escritor danés, narra la triste historia de una ninfa que se enamora de un príncipe que se baña en un lago y que llega a un pacto con una hechicera que le da la posibilidad de caminar pero le quita la voz. Loy imagina a Rusalka como una bailarina clásica coja y con muletas infeliz a diferencia de sus hermanas danzarinas en mundo marino y después en el de los humanos donde es traicionada por el príncipe que al final le pedirá perdón. Él muere víctima del maleficio y ella acaba repudiada vagando entre dos mundos.

El mismo decorado con una fachada gris, con una gran puerta hacia el horizonte, le sirve a Roy para recrear el fondo del mar, el teatro y el castillo. Grigorian no es bailarina pero nadie lo diría. Dicen que serlo era uno de sus sueños y se ha preparado tanto que camina de puntillas en tramos de la ópera. Johannes Stepanek, el repositor, esgrime que la novedad de esta producción, acogida con entusiasmo por el público que acudió el viernes al ensayo general,es presentar a Rusalka como una bailarina. “Se requiere de una intérprete que actúe, cante y biale y eso no se aprende en un mes”, afirma sobre la soprano que muestra con naturalidad su capacidad de actuar en el acto en que no tiene voz. “Pero Asmil ha invertido tanto tiempo que ha alcanzado un nivel impresionante”.

Con una química especial con el Liceu -le entregó la Medalla de Oro de la institución en 2024-, el polaco vuelve al teatro para formar pareja con Grigorian. “Hay una mezcla fantástica en esta producción entre la modernidad y lo clásico”, afirma añadiendoeñalando que pone la mirada en la psicología de los personajes. “Es una ópera muy emotiva. Es cuestión de humanidad, un cuento de hadas”.