Liturgia, terapia y fiesta: una noche con Imagine Dragons

<p>Los primeros instantes de un concierto son como una descarga eléctrica. Un cosquilleo que te recorre todo el cuerpo, una emoción encogida en el estómago, y <strong>pura adrenalina</strong> que estalla apenas suena el primer acorde y la grada comienza a rugir.</p>

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 La banda norteamericana liderada por Dan Reynolds calentó el Estadio Metropolitano en la primera cita española de su LOOM World Tour  

Los primeros instantes de un concierto son como una descarga eléctrica. Un cosquilleo que te recorre todo el cuerpo, una emoción encogida en el estómago, y pura adrenalina que estalla apenas suena el primer acorde y la grada comienza a rugir.

Y, para rugidos, los de Imagine Dragons. La banda estadounidense liderada por Dan Reynolds regresó a Madrid en plena forma, capaz de convertir el Riyadh Air Metropolitano, en un templo pagano donde miles de almas coreaban al unísono himnos generacionales como Radioactive, Enemy o Believer. Bajo una lluvia de luces y fuego, Reynolds ofició su liturgia pop-rock con la energía de un predicador y la cercanía de un colega de toda la vida. Un espectáculo pensado para vibrar, para sudar, para gritar. Y Madrid respondió con todo el cuerpo.

Lo hizo desde el primer segundo de Fire in These Hills, aderezando el atardecer con ráfagas de confeti. También con las chispas y la humareda que acompañó Thunder y Bones. Una triada que sirvió para subir aún más la temperatura, de 33 grados a las 10 de la noche. En la pista botaban gigantescos balones de playa para acompañar Take Me to the Beach. ¿Que no hay playa en la capital? Reynolds, Sermon y McKee se encargaron de traerla durante tres minutos.

El vocalista tardó exactamente media hora en desprenderse de la camiseta de tirantes y exhibir su escultórica figura para dar paso a la parte más ruidosa del concierto, la que acariciaba el metal sin llegar a tocarlo, inaugurada por I’m So Sorry.

«Es un placer volver a España. Ha pasado demasiado tiempo sin vernos, ¿no?», cuestionó Reynolds a los 65.000 asistentes. Una pregunta retórica que precedió a un discurso motivacional al más puro estilo Coldplay: «Espero que cumpláis todos vuestros sueños, que seáis felices, que alcancéis cualquier meta», deseaba, antes de arrancar con Whatever It Takes.

La parada en Madrid es la primera de las dos citas españolas del grupo, que también ofrecerá un concierto el próximo martes en el Estadio Olímpico de Barcelona. El LOOM World Tour es su primera gira de estadios, con la que los de Las Vegas recorrerán 16 países europeos. Una gira en la que presentan su sexto álbum de estudio, LOOM (2024), pero en la que también hay espacio de sobra para los discos que les llevaron a la cúspide de las listas, como Night Visions (2012), Smoke + Mirrors (2015) o Evolve(2017). Un equilibrio perfecto, vaya.

Cuando hablamos de equilibrio, hablamos de la habilidad de hilar baladas lacrimógenas como Next To Me con temazos country como I Bet My Life. Reynolds, carismático y brillante como un frontman de los de antes, encadenó los éxitos globales Demons, It’s Time y Natural con la convicción de quien sabe que sus canciones han atravesado auriculares de instituto, noches de rupturas sentimentales y entrenamientos de gimnasio.

Se marcó un solo de batería, recorrió kilómetros de ida y vuelta por la pasarela central enarbolando el pie de micro y se sentó al piano para ponerse blandito al ecuador del concierto. También dijo unas palabras en español: «Estudié vuestro idioma durante tres años en el instituto. Mi profesor me llamaba Danielito». Lo que vendría a ser un hombre del Renacimiento con apariencia de Dios griego.

Pero, por si quedaba algún indicio de masculinidad tóxica, aprovechó para lanzar un alegato por la salud mental: «Cuando era joven no sabía que tenía ansiedad, pero sentía una desazón que solo se calmaba cuando subía a un escenario. Expresad vuestras emociones con la gente cercana, id a terapia, dejadlo salir todo porque dentro es veneno. Eso no os hace más débiles, sino más sabios».

Todo en su directo —las pantallas monumentales, la pirotecnia, la energía casi tribal— recuerda que Imagine Dragons no es sino un fenómeno cultural que ha puesto banda sonora a varias generaciones desde sus inicios en 2008. La mayor prueba es que entre el público había muchas madres abanicando como locas a sus hijos, menores de edad, muchas parejas del colectivo abrazadas y mucha pandilla de amigos brincando sin parar.

Anoche, Reynolds y compañía ofrecieron una celebración catártica para una audiencia que, entre crisis existenciales y males cotidianos, ha encontrado refugio en los estribillos coreables de una banda que nunca ha tenido miedo de sonar comercial sin renunciar a su espíritu provocador.

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