<p>El optimismo es materia delicada. Es complicado mostrarse esperanzado con la humanidad sin pasar inmediatamente por tonto. <strong>Jean-Pierre y Luc Dardenne (Lieja, 1951 y 1954)</strong> lo saben, pero también son conscientes de que en tiempos de absoluta desesperación, el optimismo puede ser un acto revolucionario. Estúpido tal vez, pero necesario. <i>Recién nacidas, </i>la última película de los hermanos belgas con dos palmas de Oro y ella misma premiada en Cannes como el mejor guion, es, antes que nada, una película contra la realidad, contra el inconveniente de haber nacido (que diría Cioran) y contra todos los cenizos que pasan por realistas. Y, por ello, es básicamente un ejercicio de cine luminoso, puro y brillante. Y revolucionario decíamos. Se cuenta la historia de cinco madres jóvenes, quizá adolescentes, empeñadas en el duro ejercicio de sobrevivir. Tal cual. El resto, y contra todo pronóstico, es pura luz.</p>
Los cineastas belgas firman con ‘Recién nacidas’ su obra más optimista y luminosa en mucho tiempo pese a la sensación general «de rabia» que, dicen, lo inunda todo en una sociedad empeñada en acabar consigo misma
El optimismo es materia delicada. Es complicado mostrarse esperanzado con la humanidad sin pasar inmediatamente por tonto. Jean-Pierre y Luc Dardenne (Lieja, 1951 y 1954) lo saben, pero también son conscientes de que en tiempos de absoluta desesperación, el optimismo puede ser un acto revolucionario. Estúpido tal vez, pero necesario. Recién nacidas, la última película de los hermanos belgas con dos palmas de Oro y ella misma premiada en Cannes como el mejor guion, es, antes que nada, una película contra la realidad, contra el inconveniente de haber nacido (que diría Cioran) y contra todos los cenizos que pasan por realistas. Y, por ello, es básicamente un ejercicio de cine luminoso, puro y brillante. Y revolucionario decíamos. Se cuenta la historia de cinco madres jóvenes, quizá adolescentes, empeñadas en el duro ejercicio de sobrevivir. Tal cual. El resto, y contra todo pronóstico, es pura luz.
- ¿No es un contrasentido proclamarse optimista en estos tiempos?
- J.P. No es la primera vez. El niño de la bicicleta, por ejemplo, también lo era y los tiempos no eran muy diferentes.
- La maternidad, sin embargo, sí es un tema más fácilmente rastreable en su cine…
- J.P. Eso es cierto. Quizá la novedad es que ahora los bebés son personajes centrales. Hemos hablado mucho de la infancia, pero nunca de bebés.
L. Lo que sí está en el núcleo de nuestra filmografía son las relaciones entre generaciones. Pienso en Rosetta (1999) donde es un adolescente el que cuida de su madre, que no al revés… Lo curioso es que el primer guion que escribimos contaba la historia de una chica que vivía en una casa de acogida. Pero nunca habíamos estado en una. Fuimos allí a documentarnos y la historia salió a nuestro encuentro. Nos dimos de bruces con infinitas tragedias, con historia de soledades y pérdidas, pero también con justo lo contrario: con gestos de ayuda mutua, de apoyo, de comprensión. La realidad nos hizo abandonar los prejuicios y nos cambió la película.
- Una película optimista en estos tiempos, ¿cómo se debe tomar: como una provocación o como una proclama política?
- J.P. Del carácter político de esta toma de postura nos hemos dado cuenta con posterioridad. Nunca fue nuestra intención. Nunca plateamos nuestro cine desde este punto de vista. Nuestro interés se centra siempre en los personajes.
- Lo que sí hay es una reivindicación entusiasta del Estado del Bienestar o, mejor, del Estado simplemente.
- J.P. Eso sí, eso es una decisión claramente consciente y más ahora. No solo reivindicamos el Estado sino que le damos las gracias. Es algo tan obvio como que sin Estado no hay defensa posible del bien común, de la sanidad, de la educación. Eso lo hemos visto y vivido en la casa de acogida con una claridad casi insultante.
L. Recortar en servicios públicos, que es la política más común hoy, es el camino directo a la aniquilación de la sociedad. No hay sociedad sin servicios públicos.
- Pero imagino que son conscientes de que, ahora mismo, esa postura que ha identificado históricamente a la izquierda se encuentra en retroceso en todo el mundo… ¿Qué he pasado?
- J.P. Lo que sucede es claramente irracional. Asistimos a una especie de suicidio colectivo de la clase trabajadora. La gente que más necesita el Estado está ahora mismo contra el Estado. Lo único que se me ocurre para explicar este fenómeno es la rabia.
L. El incremento de la desigualdad ha hecho que la gente se sienta decepcionada y menospreciada por las élites que, en efecto, les convencieron para que confiaran en ellas. Los más desfavorecidos se han refugiado en el odio como forma de protesta. Y de ahí ese incremento de las noticias falsas, las teorías delirantes o las mentiras más palmarias. «Si todos los que hablaban en nombre de la verdad y del progreso nos han conducido hasta aquí», piensan muchos, «está claro que nos engañaron». Las élites intelectuales son identificadas como mentirosas, como pedófilos, como usurpadores. Y esto es un síntoma claro de ruptura con todo lo que hemos conocido hasta ahora. El rencor y el resentimiento hace que muchos se movilicen contra sus propios intereses, que son los intereses de todos. Es más, el único patrón de reconocimiento es el triunfo social. Se vota al que se considera que han triunfado. Conozco a un señor que es marroquí y que trabaja en Bélgica para una empresa que hace prótesis quirúrgicas. Lo enviaron a Estados Unidos, a Florida, para crear una sede. Todo su empeño era hacerse una foto con Trump. Cuando le pregunté por qué, su contestación fue clara: «Porque él es un triunfador». Es solo un ejemplo.
- Hace poco manifestaban que lo que más temían de la ola reaccionaria y del triunfo de Trump era que la excepción cultural europea desapareciera…
- J.P. Eso es así y la misión de todos los cineastas y artistas es defenderla. Siempre que se habla de ella se mencionan las subvenciones y que si los artistas somos unos subsidiados. Pero, en verdad, lo que está en peligro es la diversidad. Si no queremos ser colonizados por un modelo único, la excepción cultural es una herramienta básica.
L. Me preocupa cuando oigo hablar a cineastas jóvenes del éxito, de triunfar. El cine es un medio para contar la realidad, nuestra realidad. Cada vez que un creador habla de dinero, me entra pánico.
- Tiempo atrás afirmaron que el cine tiene que ser una catarsis contra todo aquello que aniquila la humanidad. ¿Mantienen esa afirmación?
- L. Prefiero pensar que no hacemos cine contra nada. El cine es una catarsis contra todo ese deseo de destruir, de rencor, de venganza… El cine sirve para purgar las bajas pasiones.
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