Muere Robert Redford, la conciencia ética y estética del último gran Hollywood

<p>El actror estadounidense Robert Redford ha muerto a los 89 años dejando una carrera formidable que llevó desde el Hollywood clásico de los 60 hasta el cine indie del siglo XX del que fue promotor a través del Festival de Sundance. El cine de autor, la comedia romántica, el thriller, el western… Toda la historia del cine en la segunda mitad del siglo XX se podría narrar con su filmografía y con su imagen de galán serenos, ligeramente autoparódico, juvenil, despreocupado y rubísimo. </p>

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 El actror estadounidense Robert Redford ha muerto a los 89 años dejando una carrera formidable que llevó desde el Hollywood clásico de los 60 hasta el cine indie del siglo XX de  

Sin contar Los Vengadores, donde hacía de malo de manera casi inédita, la última vez que vimos en acción a Robert Redford fue en The old man and the gun. La película de 2018 de David Lowery era antes que una película delicada, divertida e inteligente, que también, una admirable y muy elegante despedida. A la francesa, sin duda. Sans adieu, que dicen al otro lado de los Pirineos. Robert Redford, que anunció que dejaba lo del cine el 6 agosto de ese mismo año, dice ahora adiós con todas las consecuencias. Se va y deja que su hueco se grabe en la retina.

La noticia afirma que se va con 89 años cumplidos en su casa de Utah sin que hayan transcendido las causas del fallecimiento. La noticia dice que se va con un Oscar por su trabajo como director en Gente corriente (que no como actor, categoría en la que estuvo nominado por El golpe) y otro más de honor por toda su carrera. Pero la noticia apenas hace justicia con el tamaño y compromiso del mito. Se va la última imagen homologada de un Hollywood perfecto, perfecto en la memoria de cualquier espectador, perfecto en su sentido del civismo, de la responsabilidad como artista, de la democracia misma.

The old man and the gun, por empezar por el final, contaba la historia de un atracador de bancos ya al límite de sus fuerzas. La cinta estaba basada en la historia real de un tal Forrest Tucker, un sujeto incorregible que, por lo visto, en el año 1981 con 76 años bien cumplidos completó una serie interminable (cerca de 80) de pequeños atracos a bancos. Uno detrás de otro. Ya retirado de todo y con la vida o resuelta o a punto de resolverse sin ayuda, costaba dar con un motivo razonable para tanta actividad. Lo hacía probablemente por la misma razón que Redford ha estado todo este tiempo haciendo películas: porque ninguno de los dos sabía hacer otra cosa. Si además tenemos en cuenta que el hombre a lo largo de su vida de forajido llegó a escaparse de la cárcel hasta 18 veces, pocas despedidas tan oportunas para un cineasta con una rara facilidad para escaparse de cualquier definición. Cuando todos estábamos convencidos de que era el mejor y más rubio de todos los actores, resulta que era un director con diez cintas notables y al menos tres de ellas memorables. Y cuando esto último quedó claro con películas como la citada Gente corriente (1980), El río de la vida(1992) o Quiz Show (El dilema) (1994) resulta que también fue un animador cultural creador del Festival de Sundance y, ya de paso, la conciencia ética y estética, de puro guapo, de un país entero.

En verdad, cuesta dar con quien fue Robert Redford porque no hay manera de encontrar una regla de medir. Lo más parecido a Robert Redford que ha dado la vida, toda ella, es el propio Robert Redford. Parece obvio, y no lo es tanto. Hollywood está lleno de tipos encantadores en la pantalla que en cuanto se presentan a la primera junta de vecinos se niegan a pagar la derrama del ascensor. No es el caso de Redford. Él, dígase ya, es (o fue) perfecto. Dentro y fuera de las salas de cine. Si en una de sus primeras películas ya era capaz de todo, hasta de caminar sin zapatos por el parque en pleno invierno por su chica (Jane Fonda), en una de sus últimas, Cuando todo está perdido, se queda solo y a la deriva en un barco. Y se salva. él siempre estuvo a salvo.

Desde La jauría humana (1966) a Todos los hombres del presidente(1976) pasando por Dos hombres y un destino (1969), El candidato (1972), Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972), Tal como éramos ((1973), El golpe(1973), El gran Gatsby (1974), Los tres días del cóndor (1975), Brubaker (1980), Memorias de África (1985) o cualesquiera de las películas en las que están pensando, él, además, de bello, sensible y buena persona, es indefectiblemente un tipo comprometido con la causa. Con la causa demócrata, por supuesto. De su flequillo no decimos nada, que nos emocionamos.

Su nombre completo al nacer fue Charles Robert Redford. Lo hizo en 1936. Creció en Los Ángeles y ya desde muy al principio apuntaba maneras. Tras ser expulsado de la Universidad de Colorado, estudió interpretación en la Academia Estadounidense de Artes Dramáticas. Su físico y su carisma al primer contacto le hicieron destacar desde principios de los 60 y hasta fue nominado al Emmy a mejor actor de reparto en 1962 por su papel en The Voice of Charlie Pont.Poco después se hizo con el papel protagonista en la producción de Broadway de Neil Simon que luego saltaría al cine Descalzos por el parque. En 1965 llegaría su gran debut en el cine en la película La rebelde, de Robert Mulligan, al lado de Natalie Wood.

Y aquí un inciso. No hace tanto, en Venecia, volvieron a reunirse Redford y Jane Fonda. Los dos, viejos contra la evidencia de la vejez, comparecieron por culpa de la película Nosotros en la noche (2017). Desde que trabajaron juntos por primera vez en La jauría humana en 1966 había pasado una vida entera. Un año después volverían a hacerlo, esta vez enamorados del amor, en la citada Descalzos por el parque y ya sí no hubo remedio. Medio siglo desde entonces, volvieron a pasear de la mano para recibir en pareja cada uno un León de Honor y, ya puestos, presentar la que hace su cuarta película uno al lado de otro. En el medio queda El jinete eléctrico, firmada por Sydney Pollack en 1979.

Fin del inciso.

Lo que siguió tras su fulgurante arranque le colocó en el lugar exacto del que nunca más se movió. A lado de Paul Newman en Dos hombres y un destino (1969), de George Roy Hill, la imagen del rubio angelical mitad tramposo, la otra mitad embaucador sin remedio, pero siempre moralmente impoluto, le reservó un espacio de honor en la cartelera de los años 70 donde reinó sin sombra de duda, sin competencia, siempre perfecto. Redford protagonizó El valle del fugitivo, el primer crédito como director en más de 20 años del ex miembro de la lista negra Abraham Polonsky. Y ese gesto le definió a él y a buena parte de toda la carrera que vendría después. La lista de película de dos párrafos arriba desde El candidato (1972) o El descenso de la muerte a Brubaker(1980) abre y cierra una década cerca del milagro.

Lo que vendría después fue la reinvención del mito como director. Gente Corriente (1981), adaptación de la novela de Judith Guest, le hizo merecedor de hasta cuatro premios Oscar. Entre ellos mejor director y mejor película, que no, ya se ha dicho, mejor actor. Las dos siguientes décadas, los 80 y los 90, sirvieron para consolidar la gran figura forjada en los agitados 70. Quizá más conservador en cuanto a las elecciones de sus personajes, sus papeles en El mejor ( 1984) o al lado de Meryl Streep en Memorias de África (1985), siempre secundado por su director de cabecera Sydney Pollack, le convirtieron definitivamente en un pedazo de, precisamente, la memoria de todos.

Mientras, él siguió dirigiendo y películas como Un lugar llamado milagro(1988) o El río de la vida (1992) hacen de él una figura atípica de cineasta a la búsqueda quizá del humanismo escondido en la parte más profunda y rural de Estados Unidos que nada tenía que ver con la hoguera de vanidades agitada por el conservadurismo reaganiano de la época. Quiz show (El dilema) (1994) y El hombre que susurraba a los caballos(1998) de alguna manera insistían en la misma idea de un principio inmaculado de honestidad detrás del ruido del triunfo evidente.

Fue entonces cuando creó en el Festival de Sundance no en una gran ciudad sino en el corazón de las Montañas Rocosas. Pronto el certamen se convirtió en el escaparate de otra forma de entender la industria y Hollywood. Figuras como Steven Soderbergh, Quentin Tarantino, Robert Rodriguez o Kevin Smith alumbraron una nueva revolución que, a su modo y salvando las distancias, recogía el testigo de los creadores que dieron lugar al Nuevo Hollywood décadas atrás. Y ese legado sigue ahí, indefectiblemente unido a su figura.

A la vuelta del nuevo milenio, el Redford que surge a medio camino entre el actor mítico, el director de prestigio y el mecenas liberal, es un individuo comprometido que no teme entrar en el debate político tal y como lo hicieron sus viejas películas al lado de directores como Pollack o Alan J. Pakula. Spy game (Juego de espías) (2001), a vueltas con la CIA y sus manejos, Leones por corderos(2007) sobre la guerra afgana, el mediocre thriller Pacto de silencio (2012) o la tremenda y soberbia metáfora de supervivencia Cuando todo está perdido (2013) son todos esfuerzos sin duda ideológicos por mantener en pie una forma de entender el cine, la política y la misma vida. Y luego está su algo incomprensible incursión en el mundo Marvel.

Hay un momento casi milagroso en The old man and the gun. La película nos regala una escena de La jauría humana, de Arthur Penn, con el propio Redford transformado en sí mismo y en mito de sí mismo. Sí, quiere que el director y el propio actor que seamos conscientes de que el personaje es el actor. Y viceversa. Pero también quiere que el espectador se identifique no tanto con Redford o con su personaje, el forajido y siempre a la fuga Tucker, sino consigo mismo, con las heridas de su propia mirada. Quiere que cada uno de nosotros no vea sólo la película sino que se vea a sí mismo en el cine en compañía del flequillo mejor peinado de la historia. Por supuesto, un fuera de la ley y un actor son lo mismo.

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