<p>No hace tanto le preguntaban al director rumano Radu Jude (Bucarest, 1977) por cómo se imaginaba un mundo sin todas las miserias que retrata en buena parte de su cine en general y en el que entonces era su último trabajo (da lo mismo cuál) en particular. Su respuesta fue una cita de Jean Genet: «No me pregunten en qué mundo me gustaría vivir. No quiero vivir en un mundo diferente, solo quiero estar en contra». Y, en efecto, si algo define con bastante precisión la obra del director de películas tan cerca del electroshock como <i>Un polvo desafortunado o porno loco</i> (2021), ganadora del Oso de Oro, es su firme vocación de no dejar a nadie indiferente; ni a nadie con la cabeza en su sitio. Así fue en cada uno de sus trabajos anteriores desde su debut en el largometraje con <i>La chica más feliz del mundo </i>(2009) hasta la que figura como su última obra, <i>Kontinental ’25</i>, premio al mejor guion en la última Berlinale y <strong>rodada en 10 días con un teléfono móvil. </strong>Justo es, por tanto, que él sea el señalado como merecedor del premio de honor Luna de Valencia de la 40 edición de Cinema Jove. No en balde, su primer corto <i>La tapa de lámpara </i>(2006) fue debidamente premiado aquí mismo, en el festival que ahora le homenajea.</p>
El cineasta rumano es homenajeado en el festival Cinema Jove que exhibe la obra de uno de los creadores más inquietos, revolucionarios y clarividentes de la actualidad
No hace tanto le preguntaban al director rumano Radu Jude (Bucarest, 1977) por cómo se imaginaba un mundo sin todas las miserias que retrata en buena parte de su cine en general y en el que entonces era su último trabajo (da lo mismo cuál) en particular. Su respuesta fue una cita de Jean Genet: «No me pregunten en qué mundo me gustaría vivir. No quiero vivir en un mundo diferente, solo quiero estar en contra». Y, en efecto, si algo define con bastante precisión la obra del director de películas tan cerca del electroshock como Un polvo desafortunado o porno loco (2021), ganadora del Oso de Oro, es su firme vocación de no dejar a nadie indiferente; ni a nadie con la cabeza en su sitio. Así fue en cada uno de sus trabajos anteriores desde su debut en el largometraje con La chica más feliz del mundo (2009) hasta la que figura como su última obra, Kontinental ’25, premio al mejor guion en la última Berlinale y rodada en 10 días con un teléfono móvil. Justo es, por tanto, que él sea el señalado como merecedor del premio de honor Luna de Valencia de la 40 edición de Cinema Jove. No en balde, su primer corto La tapa de lámpara (2006) fue debidamente premiado aquí mismo, en el festival que ahora le homenajea.
En el pasado Festival de Berlín en el que presentó su penúltima película (tiene pendiente de estreno una revisión del mito de Drácula ya acabada), hablaba de lo que habla su trabajo y hablaba del sentido mismo de todo que, en definitiva, es de lo que nunca ha dejado de hablar. Kontinental ’25 cuenta en varios cuadros o estampas la historia de una funcionaria amable, cariñosa, madre dedicada a sus hijos y de reputación impecable que un buen día se siente culpable. Y con razón. Durante el desalojo de un hombre de su apartamento en cuyo edificio los propietarios piensan construir un hotel, sucede la tragedia. El individuo que algunos llamarían okupa (con k de kétchup) se suicida. Y ahí, el drama; el drama de una Rumania que ha dejado de creer en nada; el drama de una Europa que ha dejado de creer en sí misma, y hasta el drama de una humanidad entera que ha dejado de creer en algo tan básico como la humanidad. Pero, como dice el propio director, no basta con sentirse culpable. «Cuando te sientes culpable, la culpa desaparece y las cosas siguen adelante», afirma el director.
«Ahora mismo, podría decir que a lo que más se parece Europa es a un fracaso, pero, y pese a todo, es nuestra única esperanza. Entre un loco como Putin, un loco como Trump y un loco como Orban, no nos queda otra que confiar y creer en nuestro propio destino, un destino que tenemos que crear entre todos», comenta y, colocando a su propio país como ejemplo, sigue: «En la ciudad en la que crecí, había espacios y parques comunes. En cuanto cayó la brutal dictadura comunista, casi por reacción, se dejó de creer en lo público. Y se vino abajo el transporte público, los espacios públicos… el comunismo no solo acabó con todo en sentido riguroso, sino que terminó incluso con la posibilidad de una alternativa al desastre de corrupción que ahora mismo es el capitalismo… Se diría que ves los edificios feos que ahora sustituyen a los antiguos y puedes decir aquello de que cada documento de la civilización lo es también de la barbarie». Y, en efecto, de todo eso trata el milagro corrosivo como el ácido que es Kontinental ’75.
El director ya se había significado con anterioridad por su precisión en el retrato de lo que no admite más retrato que la desesperación y el vacío. Películas como No me importa que pasemos a la historia como unos bárbaros (2018) se levantaba como una prodigiosa construcción metacinematográfica que desnudaba cada rincón de una Historia (con la H mayúscula) en fase de desmoronamiento. Mucho antes, Aferim! (2015) ya ganó el premio al mejor director también en Berlín con un relato esencialmente devastador del pasado. En Uppercase print (2020), la capacidad para regar de vitriolo cada fotograma llegaba de la mano de la historia de un adolescente empeñado en escribir con tiza toda su rabia contra el régimen de Ceausescu. Y así hasta llegar a Un polvo desafortunado o porno loco, la que, de momento, puede pasar por su obra no definitiva, pero casi. Decía Picasso, y cita el propio Jude, que una caricatura no es realista, pero es veraz. Pues eso.
En esta película, la del Oso de Oro, el director compone en forma de tríptico las consecuencias, por así decirlo, de un vídeo doméstico sexual de una profesora de instituto convertido de repente en viral. La escena de marras (una felación) se ve en crudo antes de los títulos de crédito y se propone como paradigma de lo obsceno. Pero cuidado, lo verdaderamente procaz, sin ser tan gráfico, viene después, cuando llegue el debate en la escuela, en la calle, en la casa, en la red… «En verdad, y por mucho que diera que hablar la escena de marras, la película nada tiene que ver con la pornografía. Tiene que ver con la libertad y los derechos, con lo privado y lo público, lo que es social y lo que es individual. De hecho, durante bastante tiempo pensé si incluir o no la imagen explícita y llegué a la conclusión que suprimirla ya era condicionar la película en un sentido. No se puede montar un debate sobre algo que no se ve», reflexiona. Y, en efecto, se ve.
Radu Jude ha continuado sus investigaciones, que también son provocaciones, sin detenerse un segundo. Cada una más lúcida que la anterior. A la sátira sobre nuestro malestar, que también es parodia sobre la cultura del trabajo que nos somete, No esperes demasiado del fin del mundo (2023), le siguió la desconcertante y muy fascinante instalación Sleep #2 compuesta de tomas webcam de la tumba de Andy Warhol (2014). Y acto seguido el milagro Eight Postcards from Utopia (2024), una película exclusivamente compuesta con imágenes de anuncios de la televisión del régimen de Nicolae Ceauescu.»Se dice que el cine es el arte del presente, en efecto. Pero, ¿qué es el presente? Una imagen de archivo usada para crear algo nuevo, no es solo una reliquia, también es actual, también es presente. En realidad, y como mantenía Walter Benjamin, el presente y el pasado pueden verse como dos espejos que se reflejan mutuamente», comenta Jude para explicarse y para explicarnos el momento de su cine y, más en general, del cine, de todo él.
- ¿En qué momento diría que está el cine?
- El cine siempre se consideró como un océano en el que se reunían los distintos ríos: el río de la fotografía, el de la literatura, el de la música… Pero, en verdad, el cine está en crisis porque, en buena medida, ha dejado de representar la vida. Sí, existe el cine espectáculo, el de los superhéroes, pero eso es otra cosa. Ahora creo que hay más cine en un vídeo de Tik Tok que en mucho cine que se hace y desde luego que en el cine de superhéroes. Es cine porque explica el mundo… Hay puesta en escena, hay ritmo… Es mejor incluso que Godard.
«Solo quiero estar a la contra» es la frase y Radu Jude es, sin duda, el mejor premio que puede dar Cinema Jove ahora mismo.
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