Pedro Sánchez ha descubierto este verano una nueva palabra-talismán: «consistencia». En apenas 72 horas, la ha pronunciado dos veces con inusitada solemnidad. El lunes, en RTVE, al defender su propuesta de convertir la vivienda en el «quinto pilar del estado del bienestar» , apeló a la necesidad de tiempo, de cooperación institucional… y de «consistencia». El miércoles, en una entrevista con ‘The Guardian’, ha vuelto al término: «You need solidarity and consistency», dijo, en el marco de una digresión sobre la amenaza de la extrema derecha en Europa.Lo paradójico es que, si algo ha caracterizado la trayectoria política de Sánchez, es precisamente su radical falta de consistencia . Desde que alcanzó el liderazgo del PSOE, ha exhibido una notable habilidad para adaptarse al medio, traicionar cualquier principio y desdecirse con soltura. De tachar a Podemos de populistas a gobernar con ellos. De prometer que nunca pactaría con Bildu a necesitar sus votos. De defender la sedición a borrarla del Código Penal. Cada contradicción no ha sido un lastre, sino un trampolín.En Sánchez, la inconsistencia no es un defecto como podría pensarse: es su estrategia . Su proyecto político no descansa en convicciones ideológicas sino en una incesante operación de supervivencia. Su coherencia reside, paradójicamente, en su capacidad para mutar. Como buen profesional del poder, entiende que la permanencia exige flexibilidad extrema y principios fungibles.Por eso resulta casi cómico que reivindique ahora la «consistencia» como virtud. Porque lo hace desde la inconsistencia. No es la coherencia de quien mantiene una línea política estable, sino la de quien exige lealtad y disciplina ajenas mientras se reserva el derecho a cambiar de opinión y contradecirse sin rubor. El mensaje implícito es claro: sean consistentes ustedes, para que yo pueda seguir sentando en la Moncloa.El uso reciente del término –un subproducto de sus cavilaciones veraniegas en La Mareta – revela además una preocupación latente: la creciente percepción de desorden, fragmentación y oportunismo que envuelve su gobierno. La legislatura avanza lastrada por cesiones a minorías, tensiones internas y una agenda legislativa errática. Invocar la consistencia es, en ese contexto, un intento de vestir con ropaje doctrinal lo que es pura gestión del día a día. Una narrativa para tapar la carencia de rumbo.Y sin embargo, funciona. Porque en la política actual, saturada de gestos, relatos y cortoplacismo , la inconsistencia ya no penaliza. Más bien se premia. Sánchez no es la excepción, sino el ejemplo paradigmático de un tipo de liderazgo que ha hecho del pragmatismo sin límites una virtud pública. En ese sentido, tiene razón: necesita consistencia. Pero no la suya, sino la de los demás. Para que su inconsistencia pueda seguir siendo la regla. jmuller@abc.es Pedro Sánchez ha descubierto este verano una nueva palabra-talismán: «consistencia». En apenas 72 horas, la ha pronunciado dos veces con inusitada solemnidad. El lunes, en RTVE, al defender su propuesta de convertir la vivienda en el «quinto pilar del estado del bienestar» , apeló a la necesidad de tiempo, de cooperación institucional… y de «consistencia». El miércoles, en una entrevista con ‘The Guardian’, ha vuelto al término: «You need solidarity and consistency», dijo, en el marco de una digresión sobre la amenaza de la extrema derecha en Europa.Lo paradójico es que, si algo ha caracterizado la trayectoria política de Sánchez, es precisamente su radical falta de consistencia . Desde que alcanzó el liderazgo del PSOE, ha exhibido una notable habilidad para adaptarse al medio, traicionar cualquier principio y desdecirse con soltura. De tachar a Podemos de populistas a gobernar con ellos. De prometer que nunca pactaría con Bildu a necesitar sus votos. De defender la sedición a borrarla del Código Penal. Cada contradicción no ha sido un lastre, sino un trampolín.En Sánchez, la inconsistencia no es un defecto como podría pensarse: es su estrategia . Su proyecto político no descansa en convicciones ideológicas sino en una incesante operación de supervivencia. Su coherencia reside, paradójicamente, en su capacidad para mutar. Como buen profesional del poder, entiende que la permanencia exige flexibilidad extrema y principios fungibles.Por eso resulta casi cómico que reivindique ahora la «consistencia» como virtud. Porque lo hace desde la inconsistencia. No es la coherencia de quien mantiene una línea política estable, sino la de quien exige lealtad y disciplina ajenas mientras se reserva el derecho a cambiar de opinión y contradecirse sin rubor. El mensaje implícito es claro: sean consistentes ustedes, para que yo pueda seguir sentando en la Moncloa.El uso reciente del término –un subproducto de sus cavilaciones veraniegas en La Mareta – revela además una preocupación latente: la creciente percepción de desorden, fragmentación y oportunismo que envuelve su gobierno. La legislatura avanza lastrada por cesiones a minorías, tensiones internas y una agenda legislativa errática. Invocar la consistencia es, en ese contexto, un intento de vestir con ropaje doctrinal lo que es pura gestión del día a día. Una narrativa para tapar la carencia de rumbo.Y sin embargo, funciona. Porque en la política actual, saturada de gestos, relatos y cortoplacismo , la inconsistencia ya no penaliza. Más bien se premia. Sánchez no es la excepción, sino el ejemplo paradigmático de un tipo de liderazgo que ha hecho del pragmatismo sin límites una virtud pública. En ese sentido, tiene razón: necesita consistencia. Pero no la suya, sino la de los demás. Para que su inconsistencia pueda seguir siendo la regla. jmuller@abc.es
ajuste de cuentas
El mantra veraniego del presidente del Gobierno es la falta de coherencia, una materia en la que él puede dictar un máster
Pedro Sánchez ha descubierto este verano una nueva palabra-talismán: «consistencia». En apenas 72 horas, la ha pronunciado dos veces con inusitada solemnidad. El lunes, en RTVE, al defender su propuesta de convertir la vivienda en el «quinto pilar del estado del … bienestar», apeló a la necesidad de tiempo, de cooperación institucional… y de «consistencia». El miércoles, en una entrevista con ‘The Guardian’, ha vuelto al término: «You need solidarity and consistency», dijo, en el marco de una digresión sobre la amenaza de la extrema derecha en Europa.
Lo paradójico es que, si algo ha caracterizado la trayectoria política de Sánchez, es precisamente su radical falta de consistencia. Desde que alcanzó el liderazgo del PSOE, ha exhibido una notable habilidad para adaptarse al medio, traicionar cualquier principio y desdecirse con soltura. De tachar a Podemos de populistas a gobernar con ellos. De prometer que nunca pactaría con Bildu a necesitar sus votos. De defender la sedición a borrarla del Código Penal. Cada contradicción no ha sido un lastre, sino un trampolín.
En Sánchez, la inconsistencia no es un defecto como podría pensarse: es su estrategia. Su proyecto político no descansa en convicciones ideológicas sino en una incesante operación de supervivencia. Su coherencia reside, paradójicamente, en su capacidad para mutar. Como buen profesional del poder, entiende que la permanencia exige flexibilidad extrema y principios fungibles.
Por eso resulta casi cómico que reivindique ahora la «consistencia» como virtud. Porque lo hace desde la inconsistencia. No es la coherencia de quien mantiene una línea política estable, sino la de quien exige lealtad y disciplina ajenas mientras se reserva el derecho a cambiar de opinión y contradecirse sin rubor. El mensaje implícito es claro: sean consistentes ustedes, para que yo pueda seguir sentando en la Moncloa.
El uso reciente del término –un subproducto de sus cavilaciones veraniegas en La Mareta– revela además una preocupación latente: la creciente percepción de desorden, fragmentación y oportunismo que envuelve su gobierno. La legislatura avanza lastrada por cesiones a minorías, tensiones internas y una agenda legislativa errática. Invocar la consistencia es, en ese contexto, un intento de vestir con ropaje doctrinal lo que es pura gestión del día a día. Una narrativa para tapar la carencia de rumbo.
Y sin embargo, funciona. Porque en la política actual, saturada de gestos, relatos y cortoplacismo, la inconsistencia ya no penaliza. Más bien se premia. Sánchez no es la excepción, sino el ejemplo paradigmático de un tipo de liderazgo que ha hecho del pragmatismo sin límites una virtud pública. En ese sentido, tiene razón: necesita consistencia. Pero no la suya, sino la de los demás. Para que su inconsistencia pueda seguir siendo la regla. jmuller@abc.es
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