<p>Igual que la mujer cuya memoria sostiene la película con la que comparte su título (<i>Aftersun</i>, de Charlotte Wells, 2022), <i>Aftersun</i>, el libro de Pol Viladoms (Ediciones Posibles), mira a las ruinas del turismo del final del siglo XX y halla en ellas melancolía y <strong>una forma extraña de belleza</strong>. <i>Aftersun</i>, según la descripción de su editorial, es un libro de fotografías que «muestra la obsesión de Viladoms por las arquitecturas abandonadas y por los modelos de construcción y urbanismo vinculados a la explotación turística. Entre ellos, destacan los parques acuáticos, a los que ha dedicado tres lustros de viajes, investigación y exploración». Sus 50 imágenes retratan piscinas y solarios abandonados, restos de euforias pasadas, de veranos en los que fuimos otros.</p>
Pol Viladoms dedica su nuevo fotolibro a los restos abandonados de los ‘aquaparks’ de los años 90, lugares de euforias precozmente obsoletas
Igual que la mujer cuya memoria sostiene la película con la que comparte su título (Aftersun, de Charlotte Wells, 2022), Aftersun, el libro de Pol Viladoms (Ediciones Posibles), mira a las ruinas del turismo del final del siglo XX y halla en ellas melancolía y una forma extraña de belleza. Aftersun, según la descripción de su editorial, es un libro de fotografías que «muestra la obsesión de Viladoms por las arquitecturas abandonadas y por los modelos de construcción y urbanismo vinculados a la explotación turística. Entre ellos, destacan los parques acuáticos, a los que ha dedicado tres lustros de viajes, investigación y exploración». Sus 50 imágenes retratan piscinas y solarios abandonados, restos de euforias pasadas, de veranos en los que fuimos otros.
«Supongo que ha habido una evolución en mi percepción y en el motivo de interés de estos lugares. Al principio, hubo una mirada espontánea, sin demasiada reflexión más allá de la puramente fotográfica o incluso artística. En ese punto existía cierta idealización del pasado a través de la ruina y la idea romántica de un presente fugaz y de un pasado que hemos perdido para siempre», explica Viladoms a EL MUNDO. «Con el tiempo, a medida que avanzaba en la exploración casi compulsiva de estos espacios en el territorio, y con la acumulación de documentación paralela (postales, recortes de prensa, etcétera), el proyecto fue ampliando sus horizontes y adquiriendo un valor más documental».
Dicho así, Aftersun es también un libro sobre la obsolescencia del placer o, al menos, de una forma de placer que alguna vez disparó la dopamina de millones de clientes. ¿Por qué cerraron tantos parques acuáticos? ¿Se convirtieron en un negocio obsoleto? «Es complicado saber con precisión porqué cerró un parque hace más de 40 años. Parece evidente que hoy existen menos que en la década de 1990. En la mayoría de casos, la baja rentabilidad fue el motivo principal del cierre, a menudo prematuro. En algunos de ellos, hubo accidentes que afectaron a la afluencia de público; en otros, la apertura de parques más grandes y atractivos sentenciaron alas inversiones más modestas en la misma zona».
«A ello se suman los elevados costes de mantenimiento, especialmente exigentes en instalaciones de este tipo, y la marcada estacionalidad. A diferencia de un parque de atracciones, un parque acuático solo puede explotarse unos pocos meses. Además, pesó el contexto de sequías crecientes».
¿A qué se parecen las fotografías de Aftersun? Algunas son como cuadros románticos, como imágenes de Grecia tomadas por algún pintor alemán de siglo XIX. Otras fotografías emplean viejas postales de los años de la alegría sobre las que el tiempo ha caído como un velo. Hay imágenes de plásticos descoloridos, de hierbajos que se han convertido en sabana y de yates varados.
«Mi vínculo más estrecho con este tema está en los veranos de mi juventud en las piscinas municipales de un pueblo de Lérida. El agua era el lugar de reunión, el espacio donde la comunidad se encuentra y reconoce. Desde las termas romanas hasta los hammams, pasando por los balnearios burgueses del XIX, el agua ha tenido un papel central como espacio de socialización. Con el tiempo, sin embargo, ese uso se ha desritualizado y, a menudo, se ha mercantilizado. El agua se ha convertido en espectáculo».
«De alguna manera», continúa Viladoms, «mi formación cómo arquitecto ha influido en mi interés por este tipo de infraestructuras turísticas y por los paisajes que generan. Los parques acuáticos son tan solo una pequeña consecuencia de lo que ocurre en el litoral en relación con el turismo vinculado al calor y al bronceado, la sobreconstrucción y los desastres urbanísticos que todos conocemos».
«A mí me parece que estos espacios conservan cierta inocencia», cuenta Viladoms. «Eran lugares a los que la gente acudía para olvidar, aunque fuera por unas horas, la rutina cotidiana. La mezcla de arquitecturas a medio camino entre lo funcional y lo fantasioso, y su libertad formal, que invitaba a una experiencia más libre y despreocupada, los hacen especialmente amables, una decadencia atractiva».
¿Cuál es la actitud con la que Viladoms trabaja en estos reportajes? ¿Era un estado de concentración en el trabajo o había momentos de dejarse llevar por lo lírico? «Realizo estos reportajes por puro placer, suelo trabajar con bastante concentración y con una tensión constante», contesta el fotógrafo. «Siempre hay un punto de nerviosismo: cómo vas a entrar, qué te vas a encontrar, si el lugar cumplirá o no las expectativas… En muchas ocasiones, los parques se encuentran en un avanzado estado de deterioro anulando cualquier interés documental que pudieran tener. Por eso, un elemento importante en el trabajo es el momentum: saber encontrar la ruina ni demasiado pronto, demasiado cercana a su estado original, ni demasiado tarde ya vandalizada o desmantelada… Pero también hay algunos instantes breves, casi fugaces, en los que el silencio, la luz o un detalle inesperado permiten que aparezca una mirada contemplativa».
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